Viaje en un foco

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Ya no se veía normal el Gabriel, algo le pasaba, pero no me atrevía a preguntarle qué. Su mirada no era la misma: parecía que un ojo te veía y el otro no, además de que abría y cerraba los ojos constantemente.

Pasaron algunos días, hasta que lo volví a ver, se había desaparecido un buen rato, sin querer me lo encontré y lo saludé, le dije ¡buenas tardes! Y él, muy amable, me respondió de la misma manera; se me acercó muy servicial, presentándose “Mi nombre es Gabriel C…”, sí, ya lo sé, Gabriel, ¿gusta que le invite algo?, —me dijo—, mientras cerraba y abría los ojos, además de una alegre sonrisa que acompañaba sus ademanes serviciales.

Entramos a la tienda, me da una botella de agua, ¿tú qué quieres, Gabriel?, deme un taco de cáncer y una garrafita de chinchihuilla, dijo el “Gabión”, apodo que le había puesto el heroico escuadrón de la muerte, porque andaba en el avión. 

Mientras bebía, lo escuchaba atento, y así pude darme cuenta de la razón por la cual ya no era el mismo chavo de hace unos años: el mismo chavo servicial, pero cohibido; otra sustancia lo había convertido en ese saco de huesos con la mirada perdida, “quería foquearse”, hablaba de experiencias increíbles, místicas, si se pudiera decir; oía voces, recitaba algunos pasajes bíblicos, y decía que se estaban cumpliendo, ya que él era el personaje del que se hablaba en esos pasajes. 

A veces decía groserías y aventaba cosas, porque escuchaba que hablaban mal de él, y en ocasiones querían golpearlo porque pensaban que él lo hacía a propósito, sin embargo, eran los efectos, los estragos, las consecuencias del “crico”, como él le decía; así que otra vez, sin darme cuenta lo perdí de vista; por otra parte, en el periódico local que seguía en Facebook leía los encabezados de robos, muertes, algunos de estos hechos relacionado con las drogas; como un virus va creciendo esta pandemia que va aniquilando poco a poco a los chicos y grandes, de la droga nadie teme, mientras que uno se cuida de esa fuerte neumonía incurable, de la otra, uno ni en cuenta; mientras los vecinos estaban esclavizados por el pánico de un virus encerrados en sus casas, el Gabo, a lo lejos llevaba un foco en la mano.