Una tardeada en Talpita

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En las tardes de los años setenta, cuando el sol descendía y la noche llegaba con la intención de intensificar los sentidos eufóricos, se creaba el espacio perfecto para escapar de la realidad y sus falsedades. Era entonces cuando todo se concentraba en un solo punto: el club deportivo Talpita, que de deportivo no tenía nada. Baile, éxtasis, rock, sudor, gritos, descontrol, rebeldía, riñas, rivalidades, robo de tenis… Todo eso y más era el pan que alimentaba a los hambrientos jóvenes tapatíos.

Poder bailar como los grandes era una meta para cualquiera que quisiera ser admirado. La clave era moverse de una forma poco convencional, siguiendo el ritmo descontrolado como una marioneta ligera. Las notas fuertes de la libertad resonaban a través de grandes grupos como Toncho Pilatos y La Solemnidad. La envidia de los adultos era tal, que cualquiera con pelo largo, Converse y jeans Levi’s, o con un pañuelo en el bolsillo trasero, era merecedor de una paliza o de ser llevado por la policía. Sin embargo, estos intentos de control social no pudieron detener a los apasionados que ansiaban romper con lo establecido y crear su propio espacio de descontrol.

Al final, ¿a quién no le daría envidia ver a personas desbordando juventud, bailando como si fuera la última tarde de su vida? A cualquiera. Sobre todo por la forma en que estos sonidos abrían el candado pesado de los hombros, convirtiéndolos en intensos movimientos capaces de transformar el ambiente, volverlo único.

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Francia Aceves (Guadalajara, 2006) Es un estudiante de preparatoria que muestra un entusiasmo constante por el aprendizaje y la lectura. Si bien se esfuerza por no acumular más libros de los que puede abarcar, es impulsado por una gran ambición: dedicarse a la docencia y a la difusión del conocimiento.