Un cuento de amor en tiempos de coronavirus

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Un mes antes de que esto iniciara, empecé a salir con una chica. La última vez que nos reunimos fue para ir a una obra de teatro en el CNA. Se recargó en mi hombro durante segundos, dándome su sueño, porque yo me estaba durmiendo y ella disfrutó de la ficción teatral. Al irnos le di un beso, tan mecánico, que ella me miró clavándome un instante eterno en la memoria. Dentro del vagón me deslicé en el asiento por el impulso del metro y esta vez yo me recargué en ella. “Perdón, fue el metro”. Rió y me invité a su casa: aceptó. Si no hubiera tenido tarea ese día, lo siguiente sería un buen final (no por el sexo).

Desde el Quédate en casa, estamos en casa (cada quien en la suya) y nos enviamos textos y largas notas de voz. En la tele empezó a concurrir esa frase acompañada de un corazón bajo techo. Sospecho que el gobierno, además de querer lo literal, quiere que los enamorados vean su corazón palpitando por una persona lejana para que así muestren su amor. Si tuviera que hacerlo, publicaría (con su permiso) una nota de voz donde ella lamenta una dificultad de volver a la normalidad: estrechar las manos, abrazar, besar, entrelazar los dedos sin temer. Me entristece pensarlo, quizá también a ella si está leyendo esto. Si es así, quiero intentar que sonría:

Cuando salgamos de nuevo, si nos nace hacernos cariñitos, te pido hacérnoslos a la distancia. Sería divertido: acaricio tu cabello (muevo la mano simulando), te acaricio la cabeza (aunque me creas acariciando un balón), pongo mi pierna junto a la tuya invisible (no la acaricio, qué acelerado sería); con mis dedos te recorro el brazo hasta llegar a los tuyos, los entrelazo (si quieres) ¡y jugamos a caminar tomados de la mano sin hacerlo! Sabría que pude pedirte que tocaras tu violín, si hubieras querido, cuando lo llevaste la primera vez que nos vimos. Sabría que aún te lo podría pedir, pero separados un poco solamente, presenciarte, estar, platicar contigo, mirarnos, no sé qué verbo nombra lo que por ahora está ausente.

Foto de Marcel Gaelle