Libertad pandémica

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La acidez nos persigue…

Me gustaría regresar el tiempo y disfrutar de lo más irrelevante, que incluso pudo haber sido lo más relevante.  Me gustaría sentir, ver y promover más los impulsos primerizos de magnetismo terrestre. Quisiera deambular como si fuese la primera vez, ver con ojos extenuantes los paisajes, la ciudad monstruo, a las personas, los amigos, los amores, al indiferente. Al transeúnte o viajero vivido e incesante. 

Mirar, escuchar y quizá hasta sentir a los locos, a los amorosos, a los rebeldes, a los caóticos, a los ilusos, fúricos, y entristecidos. Quiero abrazar un árbol, tocar las paredes de los vividos edificios, pegar mi mano al pasamanos del metro en hora pico, tocar los cristales de un autobús viejo. Tocar tan solo tocar. ¡Un abrazo colectivo! Actividades cotidianas y sencillas que en un día cualquiera puedes o no hacer sin darte cuenta de ello. 

En estos momentos de enclaustramiento autónomo o reglamentado quizá muchos anhelen aquellas cosas tan simples. Incluso, puedo imaginar el trabajo que cuesta a personas que no han podido dejar de salir y parar en su transitar cotidiano, el detener aquellas acciones que a simple vista parecen ser nimiedades; pero que sin duda haciéndolas y al mismo tiempo dejándolas de hacer son un aspecto importante para mantener en funcionamiento el engranaje de vida y sentimiento de libertad de cada individuo.

Aquel aspecto es una minúscula parte de las incesantes contradicciones por las que atraviesa cada persona en su paso por esta vida caótica y humana. 

La pandemia ha transformado el vivir y el acontecer de las personas, en el globo terráqueo. Las personas están acostumbradas a la llamada libertad cotidiana que ejercen día con día, pero a la que claramente acceden mediante condiciones y limitantes a los actos sociales de convivencia expresados y desarrollados en cualquier sitio. Estas condiciones y limitantes están intrínsecamente relacionadas a la capacidad que de alguna forma les dan a las personas de decidir, así como de asumir la responsabilidad de lo que esas decisiones produzcan.  

En esta surrealista vivencia mundial en la que nos encontramos, los seres humanos nos hemos volcado a reflexionar un sin fin de cosas entre las que la libertad se hace presente y latente. Surgen nuevas ideas de expansión libertaria frente a la carcomida y frustrante vida sin control que las personas sienten que tienen ante el alejamiento o encapsulamiento social, económico, productivo y fraternal. Así mismo, estando o no en tiempos de pandemia esa ausencia y encapsulamiento siguen estando presentes. Radican también (entre tantas otras cosas) en el aletargamiento comunicativo, en la coerción autónoma encadenante ante las redes sociales o aparatos “inteligentes” que finalmente cumplen la misma función aislante entre individuos, como aquella que produce la cuarentena implementada por los Estados en estos tiempos de coronavirus. ¿Es entonces la llamada libertad, LIBERTAD? 

Quizá la libertad radica en el senti-pensar individual de las personas, aquello que los hace felices, aquello que los satisface, aquello que los hace sentir…. (pero a veces a costa ¿de qué o quién?)

La libertad me parece está adyacente a la constante transformación, reflexión y sentimiento de cada individuo para consigo mismo, pero también en la conciencia de la coexistencia permanente en la que nos encontramos, y en el cómo ser empáticos y recíprocos para con los demás seres vivos.