Embarrada en perfumes inventados caminaba sudando para alcanzarlo.
“Alguien que entienda lo que soy de noche y lo que soy de día” decía, convencido, a sus amigos, poniendo pretextos absurdos y buscando inexistentes casos de complacencia perfecta.
“No lo escribas” me dice ahora una voz interior, clara y concisa. Una consigna de la consciencia que me protege cuando estoy en vela.
A veces sueño con personas que ya no están en esta vida y no sé si son cuentos míos o viven en otras capas de la existencia. El golpeteo suave de la puerta provocado por el viento y los susurros roncos de un inquilino vecino haciendo confidencias a algún amante o amigo, ello hace de orquesta de fondo.
El recuerdo claro de una sonrisa burlona me pasa por la mente. “Roncas como un señor de cincuenta años” dice sonriente. Hay un señor de ésos dentro de mí que pocas veces hace aparición pero siembra en mi universo mental pensamientos necios.
Antes de irme a dormir me pongo a pensar en mis asuntos pendientes, en cómo solucionarlos y en lo que tengo que arreglar para estar en paz.
Lo primero es terminar esa historia de la chica que camina a solas en una calle adoquinada buscando una mano blanca, pálida, casi traslúcida por falta de luz solar.
Lágrimas, sonrisas, besos, quejas, guerras, golpes, ladridos, pausas, suspiros: vestigios vivos de las noches pasadas y de las noches por venir.
La noche es la historia de lo que se le olvidó al día.
Foto de Calwaen Liew en Unsplash
Gran relato; bueno, mejor dicho. Muchos relatos en uno. Gracias por compartir.