Comprendió, de súbito, que las estrellas los cuidaban en aquella oscuridad. Ella era la primera persona con que tenía sexo, y ésa era la cuarta vez en su vida que lo hacía. Por cierto que ambos habían decidido que el cuatro era su número especial, así que les encantaba pensar que esa ocasión era la mejor hasta el momento. Esa noche habían querido amarse sobre el techo, luego de inventarse constelaciones, divertirse al lado de Nydia y reír sin parar, los tres. Una vez que no pudieron resistir más, le pidieron a su amiga que bajara a dormir, y le dijeron que más tarde la alcanzarían; por supuesto, ella entendió.
              Él supo que esa vivencia lo marcaría, y que la tergiversaría con el tiempo, es decir, que la moldearía con el paso de los días, los meses, los años, hasta romantizarla, volverla mejor de lo que en ese momento era. Y pensó en los poemas que saldrían de ello. Sus manos como metáforas recorrieron el cuerpo de ella, sus jadeos casi se volvieron palpables y racionales, como imágenes creadas por palabras, aunque las palabras faltaban en ese instante. Pensó en las publicaciones, los cuentos, las reflexiones y los distintos textos en donde los mencionaría así: sobre el techo, las estrellas cuidándolos, bajo el cielo nocturno, bajo sus constelaciones inventadas, bajo la inmensidad, el infinito, la eternidad.
              Pero su relación no fue inmensa, ni infinita, ni eterna. El sexo duró menos de lo que dura la noche y el tiempo juntos maduró unos cuantos meses más. Después, la relación se extinguió como un sol en agonía.

Foto de Khamkéo Vilaysing en Unsplash
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André López García es un muchacho dolido, sensible e ingenuo que intenta, día con día, madurar, ceder y aferrarse, en las medidas correctas. Nació hace diecinueve años y actualmente estudia Lengua y Literatura Hispánicas en la FES Acatlán.