La culpa es de color verde

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Hace poco aprendí que los correos electrónicos generan una huella de carbono: los mensajes usan espacio de almacenamiento en una nube que, aunque invisible para nosotros, está ubicada en un servidor físico remoto que necesita de grandes cantidades de energía para funcionar y no sobrecalentarse.
     Ahora, después de cambiar mi cepillo de dientes por uno de bambú, mi champú por uno sólido y de cargar con una botella de agua, un vaso térmico y un juego de cubiertos reutilizables, también estaba al pendiente de mis interacciones por correo. Soy un ser humano en la Tierra y es mi responsabilidad analizar cada una de mis acciones relacionadas a su bienestar, ¿o no? 
     Por la misma fecha que mi estilo de vida cero desperdicios alcanzaba su punto más alto, una investigación sobre el uso de los aviones privados por celebridades salía a la luz. Yo podía hacer todo de mi parte para que mis basureros se mantuvieran vacíos al llevar mis bolsas al supermercado y al comprar ropa de segunda mano, pero nada tenía efecto en que las celebridades usaran su jet diariamente, causando más daño que toda la población de un país pequeño.
     ¿Son la culpa y el castigo la vía para encontrar un modelo de vida que nos permita disfrutar de la experiencia en este planeta sin dañarlo? ¿Somos nosotros, las personas que no tenemos avión privado ni fincas extensivas ni automóviles deportivos las responsables? Pienso en la autoexigencia y la fiscalización de mis propias acciones y las de quienes me rodean como una forma de distracción de lo urgente, para desviar la mirada de lo que necesita atención. 
      La acción ambiental, finalmente, requiere más de abrazar la incongruencia que de purismos. Quizá si dejamos de fijarnos tanto en los popotes y más en disminuir con rapidez nuestro vínculo con la industria petrolera, el excesivo consumo de productos de origen animal o el consumo desmedido de ciertos países sobre otros podamos empezar a visualizar otros escenarios.

Foto de Daniel Chekalov en Unsplash
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Giselle González Camacho (Tapachula, 1997) escribe no ficción. Estudió letras hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y fue seleccionada por la Editorial Sexto Piso y el British Council en la primera generación de Ellipsis, un programa para escritores y editores emergentes. En 2021 participó en la residencia literaria "Material de los sueños" en las Islas Marías. Ha ganado premios de reseña, crónica y ensayo otorgados por la UNAM, el Fondo de Cultura Económica y DEMAC. En 2022 recibió una beca del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico de Chiapas para escribir crónica por un año. Le interesa leer y escribir sobre las mujeres, los ríos y el futuro.