A Rossy, pronto volveremos a abrazarnos…
I. ¿Quién me ha robado el mes de abril?
Durante el confinamiento, asumo con monotonía las tareas que demanda la vida doméstica, el calendario ha perdido su importancia y el reloj de la sala se ha reducido a artefacto ornamental. Los pendientes aplazados durante meses ahora encuentran cabida para su ejecución; arranco el plástico que recubre el libro de Lobo Antunes que adquirí el año pasado. Mis ojos llegan hasta el quinto capítulo pero mi mente ha divagado a otro lado, retomo la lectura unas páginas atrás con el mismo resultado.
Dejo el libro sobre la mesa. Una incertidumbre se acrecienta en mi interior, parece flotar y sofocarme. Abro la ventana, la música del vecino se cuela al interior de la estancia. Recostado en el sofá, cierro los ojos y me permito sentir la ansiedad que me acecha. Me tomo el tiempo para desmarañar mis temores, reconocerlos y enunciarlos.
Una voz aguardentosa se cuela desde la calle, abro los ojos, un hombre con bombín y nariz espigada se pregunta ¿Quién me ha robado el mes de abril?
Me seco el sudor de la frente y retomo la lectura desde el principio.
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II. La primavera no se detiene.
Un virus venido del otro lado del mundo, no ha engullido la primavera, solo a nosotros.
Las bugambilias se han unido formando un arco de la entrada al balcón, su sombra da tregua al calor de la tarde, por la noche el viento soplará esparciendo sus flores, formando en el suelo un mosaico multicolor.
Cada mañana rejunto la hojarasca en pequeños montones junto al ciruelo y los tulipanes.
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III. Tiempo de Chicharras.
Espío a la gata, tiene la mira clavada en una chicharra postrada sobre el pilar del corredor. Se agazapa como un pequeño tigre al acecho. Pondera la distancia, calculando los movimientos necesarios para llegar a ella. Es por mucho lo más interesante que he presenciado el día de hoy.
La chicharra no se inmuta, estridula con más fuerza. Desde el ciruelo del patio, otra chicharra responde al sonido, luego otra se une al coro desde el arco que han formado las bugambilias.
Pasan unos instantes y la felina desiste de sus intenciones. Llegar al extraño insecto representa un desgaste innecesario de energía. Relaja sus músculos, se recuesta sobre la loseta fresca y duerme asumiendo una posición inverosímil.
Foto de Mariana Cruz Santiago