Hace poco encontré en la Internet un vídeo interesante acerca de la “neo-evolución”. En esta charla el autor expone la manera en que la evolución de la especie humana se ha desarrollado y sugiere, además, que los estudios científicos y el avance tecnológico en el campo de la genética abren hoy la posibilidad de decidir sobre los caracteres que se desean heredar, fortalecer o remover en nuestros descendientes. La modificación genética de los cuerpos es lo que él llama, precisamente, “neo-evolución”. Un proyecto cuyo propósito es  –según el expositor– mejorar o, al menos, potencializar las condiciones de bienestar de los individuos.  

>Sin duda este tema es polémico y vasto pues implica llevar a debate los beneficios, límites y consecuencias de las herramientas que el propio conocimiento humano provee. Pero, sobre todo, esta idea es directamente provocadora para los cuerpos rebeldes, aquellos que el azar ha hecho que transgredan las condiciones promedio, pues, se presenta como una alternativa de eliminar o disminuir la incidencia de la eventualidad. ¿Será esto correcto o deseable? No lo sé. Intervenir el cuerpo en su composición genética es asunto que sin duda merece discusión.  

No olvidemos el hecho innegable de que los cuerpos y su diversidad demandan el reconocimiento de su derecho a intervenir. ¿En dónde? En todo aspecto de la vida social y colectiva. 

Ya basta de ocultar, discriminar o menospreciar a los cuerpos rebeldes. A todos nos corresponde exigir y propiciar los espacios y oportunidades para el ejercicio de la libertad y convivencia no restringida a las condiciones de los cuerpos “promedio”. Debemos aprender que existen sensibilidades distintas cuya singularidad no debe ser motivo de exclusión de las actividades laborales, educativas, recreativas, culturales o de salud. Esta tarea implica crear infraestructura adecuada que enriquezca la experiencia de todos. Dejar que los cuerpos nos intervengan desde su diferencia implica también romper con estereotipos y ser capaces de plasmar huellas de lo diverso en el imaginario colectivo.  

Lo anterior no es labor fácil pero consolidarla sería expresión clara de un desarrollo positivo de la empatía humana.

Foto de National Cancer Institute en Unsplash
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Estudié filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras en Ciudad Universitaria; allí fue donde descubrí lo magnífico que es compartir historias.