¿Para qué anhelar el silencio?

Le he dado vueltas al asunto tratando de elaborar una idea: la esencia misma de la duda, del no sé qué siento en un momento como éste. El encierro y el ruido, el silencio y el palpitar de un corazón que teme en esta noche de angustia. ¿Qué me lo impide? ¿Qué hacer? Parece que debo detenerme y escuchar… tratar de leer el mundo de otra manera, identificarlo y pronunciarlo.
         Recuerdo a John Singer, el personaje tan bien definido por Carson McCullers en su novela El corazón es un cazador solitario: ¿cómo leer un mundo carente de sonido? ¿Cómo lograr oír más allá de lo real, de este plano en el que el ruido es un agobio y necesitamos de un momento de tranquilidad, de silencio absoluto?
         “Soy sordomudo, pero puedo leer en los labios y entiendo lo que me dicen. Por favor, no grite”. Las palabras escritas por Singer resuenan dentro de mí. La sorpresa y el desconcierto: el hecho de que alguien como Singer pueda leerme mejor, describirme mejor, sólo con verme. No necesita oírme, sólo ver. Ver mis gestos, mis actos, tal y como hace con el resto de los personajes de la novela. Ver. El deseo se vuelve claro: quiero encontrarme con él, en el centro de alguna cafetería, frente a la pantalla, y que en cualquier momento inicie su lectura: “Eres de tal forma, te comportas de tal…”.
         “Pero nada de lo que trató de recordar le pareció real”. Me pregunto si este sonido de las teclas al escribir es real; acaso se trata de una inquietud que va más allá de la mera toma de conciencia, de la mera vibración que es el sonido. Algo que me haría falta pero que, para alguien como Singer, es un elemento innecesario: bajo la presión constante de la velocidad, del ir y venir en un mundo como el nuestro, con necesidades tan amplias cuya satisfacción puede rompernos la cabeza, es necesario detenernos completamente y observar con detalle lo que nos rodea, ver los guiños y los gestos de los demás y, al igual que Singer, habitar esa realidad, nuestra realidad.