Mi padre es un pirata

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Mi padre es un pirata, eso es un hecho. ¿Cómo lo sé? Lo sé porque todas las personas que lo conocen no lo llaman por su nombre, le gritan «el pirata» cuando lo ven por las calles o cuando lo saludan le preguntan «¿cómo has estado “pirata”?»

No estoy seguro si los piratas tenían sus propios rituales de iniciación en la vida de piratería, pero mi padre sí tuvo un momento exacto en su vida que lo convirtió en pirata a la edad de diez años. Ocurrió mientras se encontraba trabajando en un taller de herrería, algo le cayó dentro de su ojo izquierdo, o algo así, porque ahora su memoria de pirata ya no lo recuerda muy bien. Tras ese accidente, a la edad de diez años perdió por completo su ojo izquierdo, después las calles, los niños, los padres de esos niños y la sociedad en esas calles se encargarían de bautizarlo como el pirata.  

Mi padre no ganó ese nombre que le cambió la vida por enfrentarse en batalla contra grandes navíos de guerra, ni combatió fuertes corsarios, ni mucho menos encontró tesoros enterrados en islas lejanas, solo bastó que perdiera su ojo izquierdo y rápidamente su sobrenombre invisibilizó su discapacidad visual.

El miedo y la vergüenza cubrieron la vida de mi padre, el pirata. El miedo y la vergüenza fueron obstáculos que le impidieron realizarse y desarrollarse plenamente como persona, dirigiéndose a una vida de marginación social por la falta de comprensión de la gente que veía solo en él a un “pirata” y no una persona con discapacidad visual. Debido a esa falta de empatía él dejó sus estudios y jamás regresó a la escuela. La escuela que debió haber sido su gran apoyo lo abandonó, y así a los diez años comenzó la embarcación más importante de toda su vida. 

He visto a mi padre nadar, correr, saltar, bailar, salir de fiesta, andar en bicicleta, caminar y andar en bicicleta de noche, sin un ojo izquierdo que lo alerte de los peligros de andar en esas calles que no se adaptan a él y lo he visto tantas veces que en algunas ocasiones olvido por completo que es una persona con discapacidad visual.   

Las personas con discapacidad no son discapacitados, tienen hijos, familias, trabajan, tienen pasatiempos, sufren y se apasionan por la vida y tienen nombres. Las personas con discapacidad no son piratas, tuertos, cojos, mancos, paralíticos, cieguitos, muditos ni sorditos. Sin importar cuántos diminutivos uses, no puedes minimizar sus vidas. 

Mi padre se llama Isaías, tiene cinco hijos, tiene ocho nietos, tres hermanos, una esposa, le gusta la música de su época, de vez en cuando le gusta beber una cerveza fría, disfruta de las películas de superhéroes aunque a veces no entiende quiénes son y tiene discapacidad visual. Debemos seguir luchando para que las futuras sociedades nunca vuelvan a marginar a ningún pobre niño de diez años al que le falte su ojo izquierdo. 

2 COMMENTS

  1. Me ha gustado mucho tu relato maestro Isaac, no solo porque leo entrelíneas la gran admiración que le tienes a tu padre, sino la también velada sensibilidad que hay en cada palabra al describir las muchas actividades a las que se tuvo que adaptar tu papá para enfrentar este mundo que no está pensado en las personas que tienen algún tipo de discapacidad. Se vuelve imprescindible tener estos relatos a la mano que den cuenta de nuestras carencias: falta de empatía, respeto, aceptación y sobre todo como bien lo mencionas, marginación… estos males son los que hay que combatir para que nunca más haya personas que tengan que sentir vergüenza por sus condiciones físicas.