Viví buenas experiencias en el kínder. Una de las mejores fue cuando nos visitó Barney el Dinosaurio. Era un 30 de abril, día del niño. Nos sentaron a todos los chamacos en el patio de la escuela. Ninguno de nosotros sabía qué iba a suceder, éramos inocentes.
De repente, surgió una gran botarga de Barney saludándonos con su voz gangosa. No podíamos creer que el personaje morado, que vimos tantas veces en televisión, estaba frente a nuestras narices. Ahora era verdadero.
Después del show comimos Cajitas Felices y nos retrataron a cada uno en las piernas del gran dinosaurio. Aún conservo mi fotografía con Barney, colgada en una pared de mi habitación.
El viernes pasado salí en mi bicicleta a buscar provisiones. Fui al mercado de la colonia. Para entrar necesité ponerme un tapabocas. Desinfectaron mis manos y las llantas de mi bici. Sólo estaban abiertas las carnicerías. Pero yo necesitaba verduras y materias primas, así que fui a buscar mi mandado a otro lugar.
Andaba en mi cleta cuando vi una aglomeración. Toda la gente estaba alrededor de una ambulancia. Había personas con trajes sanitarios blancos y mascaras antigases. Sacaban a un hombre de su casa en una camilla aislante. Era un infectado de COVID-19.
Unos grababan con sus celulares. Otros observábamos atónitos. Recordé cuando apareció Barney en el kínder. No podíamos creer que el personaje que vimos tantas veces en televisión, el virus, estaba frente a nuestras narices. Ahora era verdadero.
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