La luna cuelga de un hilo
como reloj de péndulo.
Desde fuera de la galaxia, Dios lo sostiene.
Con tanta blancura
quiere inundarnos el pensamiento.
Pero ignoramos esa divinidad.
Furioso, suelta el tiempo:
la esfera se destroza, y sus añicos
viajan por los ríos invisibles.
Y, aunque bellamente,
el mundo se siente devastado.