Para el Estado mexicano la cultura es la piedra filosofal, todo lo convierte en oro, cualquier problemática social se arregla gracias a talleres esporádicos de teatro, de pintura, danza, entre otras manifestaciones artísticas. Cada año los sujetos blancos, modernos e ilustrados van a las comunidades a enseñar manifestaciones artísticas. ¿Cuándo han preguntado que necesita una comunidad? ¿Qué es o cómo se entiende la cultura?
Dejemos de pensar la cultura como una cuestión asistencialista que ayuda a combatir la marginalidad de una comunidad, en términos reales, el Estado configura un dispositivo que opera como un paliativo social que invisibiliza las condiciones estructurales de raza, género y clase que posibilitan la marginalidad. Impide la politización de la cultura, es una cultura laxa y acrítica con su propio pasado y su labor.
En vez de seguir replicando los modelos de misiones culturales vasconcelistas donde llevan el conocimiento y la razón artística a los pueblos “incivilizados”, que buscan construir una identidad mestiza, moderna e ilustrada, lo mexicano. Preguntemos y pensemos ¿Qué es la cultura para cada comunidad? ¿En qué medida y qué clase de cultura es necesaria en un país lleno de fosas comunes, desaparecidos y feminicidios?
Si la cultura del Estado es aquella que oculta las problemáticas sociales e imposibilita su politización y el diálogo con las comunidades y cuerpos otros, ¡renuncio!, renuncio a la cultura oficial de los museos, vomito su cultura oficial, vomito su laxitud acrítica. Prefiero pensar formas otras de saber común y de múltiples identidades que ayuden a hacer frente a la violencia y a los fascismos. El ser acríticos en la cultura no nos hace diferentes al problema nos hace parte de ella.