Sólo puedo hablar de mi dolor

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Somos lo que más nos duele. Pero yo no podría explicar otro dolor más que el mío. Egoísmo y ganas de abrirse ante lo más cercano a la vez. Sentimiento frío pero que nos revela nuestro calor interno. Crepúsculo de nuestra fe y advenimiento de los dioses. Aventura poética o banalidad maligna. Incomprensión del mundo o entendimiento del final de un principio muchas veces intangible. Elemento íntegro de nuestra personalidad y anomalía de nuestras aspiraciones nobles. Representación de la voluntad (Schopenhauer) o ausencia del mes de abril (Joaquín Sabina). El suicidio simbólico o el renacimiento del alma. El dolor es, principalmente, el inicio de una contradicción. 

Si lo evitamos, es por el miedo a trascender. Si lo miramos de frente, se convierte en una incógnita del futuro, de la rebeldía de nuestro corazón ante la monotonía presente; se vuelve el inicio más común de la poesía en nuestros tiempos. Lo que duele nos parece lo más poético, por eso escribo este texto como una compilación de citas oídas en alguna parte, del tedio a la pasión. ¡Qué importa si la agonía del dolor es de un alma moribunda o de un hastiado imperfecto! Aunque el camino sea distinto, el viento siempre refresca el rostro, hiela la sangre y ventila nuestra mente; depende de nosotros reconocer la calma de la marea y la dureza del huracán.

Si en el sufrimiento febril sentimos el calor de trascender el tiempo (caminando desde el pasado hacia el futuro en segundos y manteniéndonos en la imaginación de ese tránsito), junto con el frío de la indiferencia del espacio que nos rodea, esto es porque el dolor no es más que una máxima leída y repensada como una frase del libro de la vida; un aforismo que conjunta un pensamiento, un deseo y una personalidad. Y aunque yo me he sentido muchas veces leyendo los mismos capítulos, con el tiempo he entendido que es sólo una interpretación más de un libro en que nunca sabré cuál es la correcta ni conoceré cuántas páginas contiene.  

Imagen de portada proporcionada por el autor.