¿Por qué mirar una fotografía puede producir dolor?

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La fotografía solo fue posible cuando las condiciones materiales y técnicas permitieron captar la luz que atraviesa a un cuerpo iluminado de modos diversos en una placa especial. Su llegada añadió, además, algo nuevo al mundo de las imágenes y la experiencia, pues antes ninguna otra imagen había podido certificar la existencia de determinado cuerpo u objeto en el tiempo. El fotógrafo no solo hace un corte en el campo visual, sino que también hace un corte en la duración de la vida (instante que se puede revelar cientos de veces, más nunca superar). 
      Aun si las fotos son víctimas de manipulación, la sensación de “presenciar” el momento ya ausente sigue despertando fascinación. Es que mirar una foto es posar mi visión (intención de percibir) sobre una placa o papel que retiene la luz (materia y onda) proveniente de un cuerpo en el pasado. Entrecruzamiento del presente de mis sentidos con la realidad pasada del referente. Complejidad absoluta de la experiencia vivida, que rompe con la simple linealidad mediante la que habitualmente pensamos el tiempo. 
       De allí que ver una foto pueda derivar en una confusión: creer que el contenido de la imagen permanece aún por el hecho de que antes fue real. La foto induce a la alucinación: olvidamos la ausencia porque percibimos una huella. Pero, aunque duela, una fotografía por sí sola no puede dar cuenta de lo viviente, ella se contenta con mostrar un momento pasado al que nunca hará avanzar. De hecho, por ser una imagen estática, la única movilidad futura que sugiere es la muerte. Esto que ha sido inevitablemente morirá (o tal vez, ya lo hizo) o desaparecerá. Yo, que miro esta imagen y participo de la afección del tiempo, moriré también.  ¿Qué se puede decir frente a esta sentencia? Nada; pero sin duda, tal verdad estremece, pincha, hiere.

Reflexión inspirada en: La cámara lúcida. Notas sobre la fotografía; escrita por Roland Barthes.

Imagen: Kalat Kali Temple at Kalat City.jpg

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