Memoria imperfecta

0
436

Cuando iba en tercer año de secundaria, la clase de arte consistía en aprender distintos ritmos de danza, pero mi falta de coordinación arruinó todo intento de relación entre la música y mis dos pies izquierdos. 

La maestra me dio la opción de ganar los puntos de la materia tomando fotos, lo cual fue el pretexto perfecto para llevar la cámara a la escuela todos los días durante los últimos meses del ciclo escolar. 

Tomé fotos de todo y de nada. 

Los días de entonces me parecen ahora ligeros, incluso tranquilos, a pesar del nudo de emociones que experimentaba. Vivía de drama en drama. 

Quizá eso es lo que ocurre; al cabo de un tiempo, la memoria imperfecta hace más fácil mirar atrás. 

La mente humana es curiosa. Se resiste a retenerlo todo, no existe recuerdo, por determinante que sea, que no acabe por desvanecerse. Mis recuerdos sobre los años de secundaria (2010-2013) comienzan a perderse en el entramado misterioso de mi hipocampo. 

Y, sin embargo, las fotos de los últimos días aún existen. Aunque los detalles se me escapan, los rostros no. 

Ahí están: Morán, El jefe, Arreortúa, Vichido, Fátima, Claudia, Aylin, Cindy, Inti, María, Isaí, Ana, Galán, Ottmar, Pipo, Arturo, El Chino, Carlos, Parada, Ita, Leticia, Aris, Daniela, Verenice, Ricardo, Valeria, Victor, Leslie, Gabriel, Claydel, Chema, Karina, Indira, Michelle, Citlali y yo. 

En mi cabeza siempre fuimos más, pero las fotos los contienen a ellos. La lente los contempla jugar, tontear, reírse, llorar. Teníamos quince y nada parecía demasiado difícil, la vida era menos ruda, más simple. 

Luego de 10 años todo es diametralmente distinto y, como dijo Neruda, nosotros los de entonces ya no somos los mismos. Nos veo a la distancia justa, nos miro intentando retrasar el golpe absoluto de realidad. Nos observo ser y sentir, y me da mucha alegría saber que una parte de nosotros permanecerá siempre así, aunque solo sea en fotografías.

Fotografía de la autora