Leche y chocolate

0
858

Saúl y yo éramos los únicos alumnos de tez morena del salón. Mis papás eran exmiembros del Partido Comunista que se cambiaron al PRD después de la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas. Mi mamá consiguió trabajo en PEMEX y mi papá en Luz y Fuerza. En el caso de Saúl, su papá trabajaba en Televisa. En realidad, era un extra al que usaban para los papeles de ladrón o chofer. Ahorró dinero durante años y terminó armando un modelo Ponzi. Dicen los chismes que estafó a toda su familia.

Ambos sufrimos acoso por nuestro color de piel. Ir en escuela privada y ser prieto no es una experiencia muy placentera. Yo me limitaba a sacar buenas calificaciones. Fui jefe de grupo varias veces, y me gané el respeto de la escuela con tinta y sudor. Saúl, por el contrario, llegaba bañado en talco como polvorón de chocolate. Yo tenía que unirme a las burlas contra él por mera supervivencia. No negaré que muchas veces me pasé de lanza. Lamía mi dedo y se lo pasaba por la cara para quitar el talco. “Ya ti dispintatis”, le decía. 

Como era jefe de grupo, el salón me ocultaba sus pendejadas. Esa vez no fue la excepción. Saúl se estaba portando raro en el receso. Cuchicheaba con todos los chicos y les suplicaba para formar parte de su plan. Aunque recibió un par de zapes, al parecer todos accedieron a su plan maestro. 

Comenzó la clase y sólo estábamos las niñas y yo. El profesor me pidió buscar a los demás. Busqué por todos lados hasta que llegué al baño. Estaban todos en círculo, con los pantalones abajo y el pito de fuera. En el centro, Saúl gritaba “sí, sí, denme leche; denme su blancura” mientras los demás se masturbaban. El semen golpeó a chorros la cara del muchacho. “Vayan a clase”, dije desde afuera, y me fui como si no hubiera visto nada.

Al día siguiente, llegó un chico nuevo. O eso creí. Era Saúl, blanco, rubio y ojizarco. Se sentó junto a mí. “Si quieres ser como nosotros”, me dijo, “sólo debes tomar de nuestra leche”.

Foto de The Creative Exchange en Unsplash