“Por mi raza hablará el espíritu”

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“Por mi raza hablará el espíritu” es éste el famoso lema que miles de estudiantes hemos coreado con orgullo y que, efectivamente, ha quedado grabado en nuestra mente y vida como señal inequívoca de pertenencia a una comunidad que tiene objetivos definidos y nobles.  Es la frase que resume y guía desde la década de 1920 los proyectos individuales, colectivos e institucionales que tienen lugar en nuestra máxima casa de estudios y que, debido al rol que ella tiene en nuestro país, impactan en la sociedad mexicana y también hacen eco en el mundo entero. Me atrevo a decir que con cada logro que emerge o se gesta en la Universidad se materializa el anhelo que José Vasconcelos plasmó en aquella frase: el deseo de formar hombres y mujeres que en el ejercicio de su libertad superen el egoísmo y pongan todas sus capacidades al servicio de la humanidad; dejando así un legado histórico sobresaliente. Seres que reflejen en sus acciones el estado de su ética y que sea ello el único medio por el cual sean juzgados. Al menos, ésta es para mí la interpretación de sus palabras.
         Desde el día en que supe de la convocatoria que hoy nos une me pregunté si nuestro lema universitario, al acentuar la palabra “raza”, podría involucrarse en la polémica. Me pareció interesante descubrir el sustento teórico que fundamenta el pensamiento de Vasconcelos y ver cuál es la postura de nuestro autor en relación al tema de las razas y el mestizaje. Lo que encontré me resultó sumamente interesante.
        En su famoso libro “La raza cósmica”, Vasconcelos traza el proceso por el cual llegaría a consolidarse una nueva estirpe humana. Un grupo étnico capaz de superar y absorber a cualquier otro que haya sido dominante en el pasado. Allí, se nos dice que esta nueva raza es producto de la mezcla, de la apertura al mestizaje, y que es en América Latina donde pueden hallarse sus antecedentes justo porque en los procesos de conquista, la población nativa de América del Sur no fue del todo aniquilada, sino que se mezcló con la de los europeos. Al respecto, sus palabras son las siguientes: “Es la raza definitiva, la raza síntesis o la raza integral, hecha con el genio y con la sangre de todos los pueblos y por lo mismo más capaz de toda fraternidad y de visión realmente universal.”
         La raza cósmica –como él la nombra– se distinguiría por la búsqueda de la mejora y la transformación del mundo así como por la aspiración a la belleza. Sería resultado y fin de la confrontación histórica de grandes civilizaciones y el destino de una misión: la cohesión de toda la humanidad en su perfección. Tal como señala: “el fin último de la Historia, que es lograr la fusión de los pueblos y las culturas.”
         Pues bien, hasta el momento podemos decir que aquí se ha plasmado una hermosa y deseable utopía. Sin embargo, lo que resulta primordial es ver de qué manera Vasconcelos construye esta propuesta;  pues, me parece que se funda en una concepción de la historia que puede ser criticada. Aquello que en nuestro filósofo mantiene la esperanza del surgimiento de este grupo humano es la idea de que existe un progreso en la historia; es decir,  la creencia de que hay una serie de pasos o de estadios a los cuales se acomodan todos los eventos humanos. Como si se tratara de una serie de escalones por los que debemos pasar para alcanzar la cima de la perfección y el progreso.
         Él dice que hay una misión por cumplir y ésta es que todos los pueblos se fusionen en uno. La mezcla biológica de las razas, los grupos étnicos existentes, tendría que responder a la pertinencia de lo que cada una pudiera aportar, puesto que existirían grupos más cercanos al ideal del progreso que otros. En consecuencia, habría que discutir los criterios del mestizaje, valorando los elementos que aportan “razas puras” o también evaluando si es deseable que ciertos grupos étnicos tiendan a la desaparición. Pero así como es fundamental establecer las condiciones del intercambio sexual, habría que discutir el lugar geográfico de esta nueva raza. Estos puntos son en nuestro autor particularmente importantes porque serían la condición material de una nueva humanidad; sin ellos, no podrían ocurrir las siguientes etapas del proceso civilizatorio que imagina, las que tienen relación con el aspecto intelectual y afectivo de esta nueva cohorte humana.
         Entiendo que las afirmaciones de Vasconcelos se hallan en el contexto de una ficción, en una mezcla entre utopía y mitología, creada también para levantar el ánimo de pueblos que históricamente han sido sometidos y despreciados debido al mestizaje. No obstante, yo creo que contiene elementos que nos sirven hoy para discutir el problema del racismo.
        La idea de que la humanidad debe alcanzar un objetivo y que dicho fin se logra a través de la fusión de ciertos grupos étnicos con otros, para permitir así que unos mejoren, es un problema ético muy grave. Pues, ¿no es acaso ese ideal de progreso o perfección humana una imposición ideológica? ¿Qué criterios están de fondo cuando se dice que existen grupos, pueblos o sociedades mejor que otros? ¿Debe planificarse la sexualidad y el mestizaje para obtener cierto tipo biológico humano? ¿Qué decir del conocimiento y la percepción estética de culturas distintas a las occidentales?  ¿Cómo evaluar, pues, la diferencia?
        Me parece que estas preguntas siguen pendientes y que, si bien, José Vasconcelos resolvió este dilema según las concepciones teóricas de su época, nos corresponde a nosotros advertir cuáles de estas ideas siguen presentes en nuestra relación con los otros y con nosotros mismos y juzgar si son pertinentes y deseables hoy. ¿Seguirá, acaso, el fantasma del progreso apoderándose del cuerpo? Y, de ser así, ¿no será ya el momento de desterrarlo? ¿Será la misma raza cósmica que imaginó Vasconcelos la que deba diseminar el concepto de raza? 

    

 

 

 

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