Siempre me pregunté cómo sería la vida en otros planetas, más como un ejercicio reflexivo que como cuestionamiento científico, pues la probabilística indica que debe haber vida en otros lugares del cosmos, y buscar evidencias es una tarea propia de alguien a quien le apasiona el tema, no de un aficionado. Aun así, el extraño ser me escogió a mí,una de esas personas a quien no le interesa conocer a nadie.

Esa noche, regresaba a casa del trabajo cuando el cielo se iluminó por completo. Un pedazo de metal celeste me apuntaba amenazante con una luz estroboscópica: “Aquí quedé”, fue lo único que pude pensar. Si creyera en los dioses, habría jurado que Cupido se divertía un rato conmigo, porque de la inmensa claridad descendió un ángel cósmico, y no había duda alguna de que había sido flechado.

En un abrir y cerrar de ojos, apareció una criatura extraordinaria frente a mí, irradiando sabiduría y encanto. Sus finos cabellos cubrían su elegante cuello con la misma ternura con la que una madre abraza a su recién nacido; sus grandes ojos color moka me leían y comprendían mejor de lo que alguna vez pude entenderme a mí mismo; su deliciosa y afable sonrisa confesaba la dulzura de su corazón y aquellos puntos que decoraban su tez (luego supe eran lunares) rememoraban el cielo estrellado en las noches infinitas. Definitivamente era un ser de otro planeta.

No pasó mucho tiempo antes de que comenzara a instruirme en las artes y el idioma de su hogar, un lugar rebosante de recursos y alegrías. No contenta con eso, me enseñó a ser paciente, a pensar más en mí, a dejar de ser tan negativo. Aprendí a ver lo maravilloso que es el amanecer, a escuchar atentamente el canto del gorrión, a dar gracias por las pequeñas cosas; fue solo agarrado de su mano que comencé a vivir.

Aunque, como ya bien sé a estas alturas de la vida, aquello que fortuitamente comienza, de la misma manera termina.

Este no era su planeta; habiendo conocido la galaxia entera, no podía aprisionar su inagotable curiosidad en mi patético mundo de primates: tenía que pensar en su bienestar y, en uno de los días más difíciles que he tenido, le dije adiós.

El amanecer ya no brilla con tanto fulgor, el gorrión lastimó sus cuerdas vocales y las pequeñas cosas ahora debo encontrarlas con un microscopio.

Sé que sigue brillando allá, lejos de mí, esperando que yo haga lo mismo, pero se le olvida que solo soy un simple terrícola huidizo y frágil, temeroso de iniciar conversaciones.

Quizás algún día regrese. Quizás algún día podamos viajar juntos por el universo como el primer amor nacido entre dos mundos. Tal vez algún día deje de soñarla y vuelva a apretujarla entre mis brazos, y, quizá solo así, mi familia y mis amigos creerán en ella y en la efímera historia que juntos escribimos, llena de palabras alienígenas y sentimientos humanos.

Imagen de Simone Holland en Pixabay
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Ciudad de México, 1994. Estudiante itinerante: Música, Letras Hispánicas, Antropología, Física y Psicología. Redactor desde 2017. Cuentista desde 2022. Poeta desde 2023. Amante de los perros desde siempre.