Schiaparelli

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Los gritos eufóricos del vecino de abajo me han despertado. Son las cuatro de la madrugada y algunos pájaros comienzan a trinar como dando cuenta de que es un nuevo día, ignorando que ayer también lo fue y no sucedió nada extraordinario en esta tierra.
       Diario, desde que vivo en este cuarto de azotea, donde apenas cabe un catre, escucho el ruido de su televisor de fondo. Dicen que vive solo, que su pareja lo dejó, que lo echaron de Teléfonos de México porque insistía en cambiar el material de los cables para ampliar el rango de transmisión y alcanzar no sólo frecuencias aquí, sino también fuera de la atmósfera y de esa manera revolucionar las telecomunicaciones.
       No lo sabe, pero existe un resquicio en mi piso, que es su techo. Desde ahí, en un ángulo de trescientos treinta grados, se ve una Sony Trinitron recubierta con papel aluminio conectada a una especie de antena de cobre y varios micrófonos provenientes de los teléfonos destartalados a su alrededor.
       Silenciosamente, con el catre apoyado verticalmente contra la pared, me tumbo sobre el suelo, retiro las copias de Auf zwei Planeten de Kurd Laßwitz que sirven como tapadera y lo miro. Se encuentra de cuclillas y sujeta con ambas manos el marco del televisor; le habla, se habla a sí mismo, se ríe, está demente.
       Entonces, un instante antes de jalar aire por la boca, me doy cuenta de que no estoy respirando. Mis pupilas se contraen, mis sienes punzan; sin embargo, no me muevo, estoy paralizado. Todo se cubre de burbujas, todo se vuelve negro.
       ¿Hay alguien ahí? ¿Puedes entenderme? Mi nombre es Giovanni. La nieve desaparece y una silueta antropomorfa se dibuja en el televisor. Ésta lo mira y asiente. De pronto, aparecen signos ilegibles que repentinamente toman forma: «En el pasado visitamos su planeta y aprendimos de ustedes. Pero algo sucedió, casi nos descubren. Tomamos cartas en el asunto y lo haremos también ahora».
       Tengo el rostro helado, tengo migraña, está oscuro, me asomo.
       Allá abajo está vacío.

Foto de Aleks Dorohovich en Unsplash