Mire doña Rosita, lo bueno de todo esto es que los animales del mundo están recuperando los territorios que los humanos hemos invadido; por ejemplo, ayer vi en las noticias a jaguares en las entradas de hoteles lujosos en la Riviera Maya, y hasta vi que uno de ellos como que sonreía a propósito a la cámara de vigilancia. Yo creo que cuando termine todo esto del virus –si es que termina– nos vamos a ver obligados a cambiar drásticamente cómo nos relacionamos con los demás y con la naturaleza; te lo dejo para reflexionar. Creo que nunca pensamos que esto nos pudiera pasar, o sí, lo sabíamos, pero decidimos ignorarlo. Ahora que estamos justo en lo más feo de esta enfermedad lo mejor es quedarnos en casa comadre, si quieres te puedo compartir unos libros buenísimos que he robado de la biblioteca de mi hijo, he empezado a leer uno que se llama La Peste, de un señor que se llama Albert Camus, que, a decir verdad, se parece mucho a lo que estamos viviendo.

¡Ay doña Marinita! que más me gustaría que encerrarme en mi casa a leer todos los libros que existen y reflexionar hasta de lo que no existe, pero mi marido está enfermo de un cáncer terminal, mis hijos están en la cárcel y yo aquí, en la calle, aún con 99 elotes sancochados para vender; es eso o morirnos de hambre o de coronavirus. No habría diferencia. La muerte es uno. 

Sin embargo hay esperanza…

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Licenciado en derecho, maya originario del pueblo de Muna. Participa en la península de Yucatán con varios procesos en defensa del territorio y de los recursos naturales. Actualmente es parte del equipo comunitario y legal de la fundación Yansa que promueve una transición energética justa en la península de Yucatán, así como la defensa del territorio indígena al igual que sus recursos naturales.