Para Joy,
la habitante de la luna
Silencio.
Aquí, el sonido ni reina, ni existe.
Similar a la tierra: por más que se grite,
se ruegue, se suplique o se pida ayuda,
nadie lo escucha.
A diferencia de allá, en donde todo
parece ser tangible, presencial y real;
aquí lo único que pasa y se divisa
es la pura y verdadera oscura soledad.
¿Cómo es posible que aún sin conocer el espacio
exterior se pueda hablar de esa infinita desolación
cuando arriba a uno, mientras se hunde en una
larga y extensa caída
o en una suspensión del tiempo
que ni avanza ni retrocede,
pero que si no fuera por el calendario,
por el clik clak del reloj
o por el nacer del sol
se sabría que es un nuevo día?
Y uno debe de andar como si nada porque ante todo
está la funcionalidad, el hambre y la supervivencia.
Es el espacio donde convergen colores y temperaturas.
¿Con qué autoridad alguien se atreve a decir
que aquí las cosas no se camuflan por colores,
figuras y formas
o individuos como allá?
Es el espacio donde según, de manera física,
se sitúan los cuerpos y los movimientos;
pero qué decir del otro espacio,
ahí donde los recuerdos
y las experiencias habitan.
No por conocer la orfandad
significa que uno se encuentra solo
en esta dimensión o realidad.
Es aquí y no allá.
Arriba es abajo
y viceversa.
Ojalá la conquista espacial no sea una realidad;
aún deben resolver sus problemas
como para traerlos acá.
Sin mes, sin año,
segundo cuadrante del hemisferio norte,
latitudes entre + 90 ° y -65 °.
Capitán a cargo de la misión, Edgerunner David Martinez.