I
Hace una semana, a las 3:00 am, leí un tuit sobre la tristeza de no recibir suficientes retuits, likes y respuestas. La persona escribió que no soportaba que nadie le hiciera caso y consideraba injusto que le ignorasen. Esa persona, a quien ni siquiera sigo y solo sé de su existencia por un “me gusta” de un conocido, me hizo darme cuenta de que la soledad extendió su reino: la soledad también es digital. Ya no pude dormir.
II
Tuve que salir a la farmacia. En el camino me encontré a mucha gente que usaba cubrebocas; la mayoría de ellos trataba de mantener cierta distancia. Pero eso no se hace viral: es más fácil señalar a las periferias como el origen de la decadencia social que entender los problemas estructurales que provocan las condiciones de violencia y precarización.
Regresé con las medicinas que necesitaba. Y con un haikú:
Cae la tarde.
En la calle vacía
un hombre duerme.
Estoy seguro de que Basho también vio la mayoría de las imágenes de sus haikús desde la banqueta de enfrente.
III
Más trabajo en el Classroom. Ni siquiera me llegan las notificaciones. Tengo que iniciar una videollamada. Pero no prendo la cámara ni el micrófono. La profesora nos dice que es su primera vez haciendo esto. La imagen de baja calidad que proyecta mi laptop muestra a mi profesora en movimientos lentos. Cada tanto nos pregunta si tenemos dudas, si escuchamos lo que dice. Entonces no habla más. Mira a la cámara. Y nos dice: tenemos que hacerlo chicos, es lo que hay.
Prendo la cámara y el micrófono.IV
Para escribir esto decidí no abrir ninguna red social por un día. No fue difícil. Pude terminar el libro que empecé la semana pasada; pensé en mí, en cómo me sentía y en la incertidumbre que me causa el futuro. Nuestra vida cambió para siempre. Quizá lo peor está por venir. Pero afortunadamente dieron las doce, y abrí Facebook y me di cuenta de que tenía un mensaje de uno de mis mejores amigos. Un meme que era divertido hace dos días.
Foto de George Pagan