Para el título de esta pequeña reflexión jugué con dos frases de apología del fascismo: una es el nombre de una canción del musical Cabaret, “Tomorrow belongs to me”, cuya historia gira en torno a la Alemania de los años treinta cuando el nazismo estaba en ascenso; la segunda es el lema de la campaña presidencial de Donald Trump de 2016.
Explico por qué estas dos frases quedan tan bien juntas. La primera, es el título de una canción que un niño alemán –ario como buen nazi- canta en un restaurante para pedir fondos para el partido; lo importante es que la canción dice que “el mañana les pertenecerá”, que será de los alemanes que se levanten a luchar por su patria y a conquistar los territorios necesarios para la supervivencia del pueblo elegido para gobernar el mundo. Si hoy estoy hundido como nación, hay que tener fe, pues el mañana me tocará a mí. Esto se relaciona bastante bien con la frase del hoy presidente de Estados Unidos, quien con su copia barata de “Hacer Alemania grande otra vez”, adhirió muchos simpatizantes a su causa xenófoba y discriminante para poder llegar al poder. Valiéndose del miedo y el odio, consiguió convencer a un pueblo de que, si bien su nación estaba empezando a flaquear por la amenaza de cierto país oriental que se asoma como nuevo líder del mundo, no se preocuparan pues con él al mando, el mañana seguiría siendo suyo.
¿Qué une a estas dos frases? El método por el cual llegan ambos —nazis y Trump— al poder. Uno es meramente fascista y el otro disfrazado de democracia, pero con claras inclinaciones hacia ese discurso de odio, cuya doctrina promueve el totalitarismo y el nacionalismo exacerbado. El mañana no será de los judíos sino de la raza aria, el mañana no será de los migrantes sino de los verdaderos ciudadanos norteamericanos. Esto no es más que una forma de definir de nuevo el viejo discurso con el cual unas élites llegan al poder. Depende de nosotros si queremos ese mañana o no.
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