Hace poco, un amigo se volvió vegetariano porque leyó que la industria de la carne generaba la mayor densidad de CO2 en el ambiente; hace poco, la editorial para la que trabajo pegó en papel reciclado una proclama que mostraba algunos datos sobre la cantidad de agua y recursos que se requiere para elaborar el papel; hace poco, después de que el gobierno prohibiera los plásticos de un solo uso, los comerciantes del tianguis al que voy cada domingo tomaron mis guayabas y, como si se tratara de un acto automático, las pusieron en una bolsa de plástico a pesar de advertir que tenía una de tela para ellas. Una conducta que enorgullecería a Pavlov en el más allá.
El historiador israelí Yuval Noah dijo en su libro 21 lecciones para el XXI (2018) que no podemos permitirnos dejar que el futuro de la humanidad se decida a nuestras espaldas: “La historia no hace concesiones”. ¿Que si podemos hacer algo desde nuestra trinchera para evitar el cambio climático? Él responde que sí y de muchas formas, el punto es responsabilizarnos de nuestras acciones. El punto es empezar con algo, no hace falta ser voluntario en Greenpeace o devoto a Buda para entender que nuestras acciones sobre el medio ambiente están conectadas con otro ser humano, con la flora, la fauna, con la arena dorada que va y viene del mar cuando visitamos la playa.
Al día de hoy mi amigo ya no consume carne y ocupa cada oportunidad para “molestarnos”, como él dice, para seguir el verde evangelio de recetas vegetarianas. La editorial, sigue consumiendo papel, aunque de manera más consciente. Los comerciantes del tianguis continuarán con la práctica de dar una bolsa, pero ahora una biodegradable que en vez de desintegrarse en 100 años, sólo tardará dos o tres, a la par que cada vez más gente lleva sus tuppers o bolsas de tela para poner sus guayabas. Convirtamos la conducta ecológica en algo automático que enorgullezca en el más allá a Pavlov, pero también a todos nosotros que aún seguimos aquí.