Más de tres mil quinientas veces traté de rogarle a cercanos para que dejaran de destruirse, y no logré ni una vez que dejaran de hacerse daño.

Transgredir el mundo físico y simbólico de otra persona genera una sensación de control ante la incertidumbre de la vida. El daño al otro proviene de años de humillaciones replicadas y aprendidas. No todas las palabras sirven para sanar heridas podridas; el dolor sigue cayendo como gotas a diario.

Me escondo debajo de la cobija para ahorrarme tres frases seguidas: no te quiero, no eres mi hija, lárgate de mi casa. Terminé por creer que me tocaba tragarme el ácido muriático que salía de las boquitas de parientes y allegados. No es fácil decir ¡NO!, cuando el precio de escupirlo es una escasez en donde más duele. 

Excusas para no lidiar con lo que duele, desde sutiles sugerencias hasta jaloneos y moretones; salir del rol de “la loquita” o cualquier otra consigna que parte en dos la dignidad humana.

¿De dónde sale tanto pus? Una vena enferma de varias generaciones atrás que replica conductas, falta de herramientas para lidiar con el odio, el enojo, la frustración y la tristeza. Secretos, mentiras y riñas heredadas. No hay justificación para romper una cara ajena o propia, pero sí muchas explicaciones. 

Como en una caverna, antes de ver el sol hay que saber que existe. Es necesario querer ver el otro lado y tener una guía que indique el camino. Al salir, abrir los ojos despacio para que la luz no provoque ceguera. Aún después de abandonarla, quedan vestigios de la vida a oscuras. Habrá mucha gente que te señale por haber vivido en una cueva o querer salir de ella; al final del camino, solamente queda utilizar como motivo la oscuridad para construir en la luz. 

Justificaciones para doblegar a los demás, existen miles; razones reales, ninguna. El sentimiento de control, poder y superioridad que le generan seguridad a quienes lastiman al otro es producto de una serie inmensa de necesidades emocionales insatisfechas que el individuo no reconoce y no puede cubrir. No sabe cómo sacarse a sí mismo de la caverna y no cree que nadie pueda guiarlo fuera. 

Yo elijo no violentar a los demás, y cuando cometo un error tengo la obligación moral de rectificar velozmente, incluso si no soy perdonada. Mi parte es irme a la tumba en paz con lo que he hecho y eso implica necesariamente satisfacer mis propias necesidades para no esperar que alguien más me cumpla mandatos imaginarios, aprendidos y supuestamente obligatorios.

Foto de Melanie Wasser en Unsplash
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25 años de pura prueba y error. Teatrera desde la infancia, Desarrolladora Territorial por profesión. Letrera por afición. Deliberada adicta a los dichos populares. Neo no nazi. UNAM ENES León 2016-2020 Desarrollo Territorial, primera generación.