Piscina

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Las principales razones por las que me inscribí a este club fueron sus piscinas. Sus jardines son secos e infértiles, pero las piscinas de aquí son más cristalinas que en ningún otro lugar. Era común encontrarse con una u otra flor acuática en la superficie. Cuando te sumergías, todo era tan puro que tus ojos no detectaban ni una sola gota de cloro. Además, la alberca olímpica de aquí, la más grande, siempre se encontraba sola. Metros y metros del agua más límpida para relajarse. Profundidades adecuadas para reinventar todos los estilos de nadado. Y lo mejor de todo era sentir los más frescos y suaves toques del vital líquido.
       Creo que mi error fue pasar mucho tiempo adentro. Llamó mi atención que tras los azulejos recubiertos crecían tallos verdísimos. Algunas hojas reclamaban el espacio y se asomaban entre las grietas que las raíces acuáticas habían surcado.
       Tal espectáculo me hizo buscar todas las variedades de hidrófitas de las piscinas del club. Pronto terminé de contar las de las piscinas pequeñas. Al menos 10 tipos de plantas se encontraban en el espacio que menos litros de agua tenía. La alberca olímpica, en cambio, sí supuso un reto. Deje de contar los tipos cuando llegué a treinta. Pensé en correr a la biblioteca del club para consultar una gran enciclopedia del reino plantae antes de que las imágenes submarinas que mi cerebro registró se integraran al flujo del agua. Pero cuando intenté salir, mis pies habían echado raíces submarinas también. Poco a poco, mis manos se convirtieron en hojas y mi cabeza, más lentamente, en una flor que comenzó a flotar. Extraño ser terrestre, pero no estoy del todo triste ahora. A cada momento estoy abrazado por el agua más pura y cristalina que cualquier club pueda tener.

Photo by Mat Reding on Unsplash