Recuerdo de un pez

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Llevo en mi interior una ciudad y un río.

Cientos de miles de personas
con su forma particular de andar,
su mirada furiosa guardada al fondo de mis vísceras.

Agua que cambia según el viento que sople,
peces lentos sin memoria,
plantas de raíces podridas.

Llevo en mi interior la maldad urbana de sus criminales
y la pureza del manantial.
Son parte de un mismo cuerpo,
nutrientes de una sola sangre.

Mi corazón carga
ceniza de cigarro y agua dulce,
peleas callejeras que matan y
corrientes marinas.

Nunca terminaré de caminarme,
no podré darle una muerte digna a todos sus habitantes
ni absorber toda la vida que reproduce la cadena alimenticia de mis adentros.

Sé que la ciudad y el río, con su peste y su movimiento,
corren por mis venas.
Y, lento, siento a la ciudad devorar el agua.

Y el agua, como mi corazón,
se agota.
Los surcos que abre el llanto
se secan
(los han secado).

El agua, como mi corazón,
se cierra como un puño.
El río del interior se calla.
La ciudad de adentro se deshidrata.
La fiesta y la lágrima se agotan.

En donde había un río no queda más
que un puñado de tierra seca,
una botella vacía
y un pez que recuerda.

No volvemos a beber.

Foto de sandra barrera en Unsplash