La desigualdad social es el pan de cada día en territorio mexicano. Si bien, el monstruo del racismo se ha presentado de mil y un formas, el vendedor informal es el que ha sufrido en su mayoría, en esta Susana Distancia.
El comercio ambulante es parte de la historia e identidad mexicana. Aquellos puestitos de toda esquina -principalmente en las áreas metropolitanas- nos han acompañado a lo largo de los siglos. En los últimos años, el gobierno ha entrado en lucha contra este tipo de comerciantes. Policías golpeando a los vendedores (sin importar edad o sexo) y arrojando su mercancía al piso, son episodios que hemos presenciado en vivo o por medios de comunicación masiva; mientras que restaurantes bien posicionados y cadenas de comida rápida, han sido privilegiados por el Estado y les han brindado parte de la vía pública para un mayor consumo.
La brecha de clase y código postal ha sido mucho más notoria últimamente. Las calles de las colonias como Polanco, Roma y Condesa han sido invadidas por mesas y sombrillas de restauranteros; mientras que carritos de fruta fresca, tamales, tacos de canasta y un sin fin de productos que nos ofrecen las y los marchantes son menospreciados, humillados y extirpados de sus ingresos que les permite vivir al día.
Este es un llamado de emergencia a la población mexicana -en especial a los jóvenes como yo-. No te quedes callado, sin accionar cuando notes agresión hacia vendedores ambulantes. Ellos merecen el mismo –e incluso mayor- respeto que hacia los comerciantes formales. No es incorrecto consumir en los restaurantes, pero si tienes la oportunidad de comprarle a la señora que vende dulces en la esquinita, si escuchas sonar el triángulo por la calle o si oyes a la distancia: “lleve sus ricos y deliciosos tamales oaxaqueños”, sal corriendo, apoya a tus pares.
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