“Je est un autre”, escribió el poeta francés Arthur Rimbaud en una carta. La frase “yo es otro”, aunque paradójica, evidencia la relación inseparable entre “yo” y el “otro”: en la formación de la identidad, la comparación con el otro es fundamental. El Diccionario del español de México define la identidad como el “conjunto de características que permite saber o reconocer quién es una persona o qué es alguna cosa, distinguiéndola de otras”.
En esta distinción con el otro, se genera la concepción de otredad. Esto es, históricamente un grupo dominante crea su identidad como “yo/nosotros” mediante la segregación, separación y estigmatización de otro grupo que se percibe como “otro/ellos”. Por lo tanto, la otredad suele estar relacionada con la estigmatización, marginación y exclusión del grupo minoritario. El trato desigual hacia el otro se justifica discursivamente: se crea una narrativa que explica y naturaliza las relaciones de poder.
Durante las pandemias, debido a su impacto global, el rechazo al otro se manifiesta en ciertas sociedades. Algunas personas tienden a culpar a los extranjeros o a las minorías por el origen del brote o por llevar la enfermedad a sus países. Este mecanismo, se piensa, ocurre como una forma de dar sentido a las crisis sanitarias y reducir la impotencia experimentada. Sin embargo, este discurso frecuentemente lleva al racismo, la xenofobia y la discriminación.
Las pandemias, afortunadamente, tienen un punto de decrecimiento. Sin embargo, no parece ocurrir lo mismo con la estigmatización. Durante los brotes, la discriminación genera un mayor daño, ya que aleja a las personas de buscar diagnósticos y/o tratamientos. Por ejemplo, los prejuicios sobre el SIDA persisten en la sociedad 40 años después de ser vilmente etiquetado como la “enfermedad gay”. Si algo quedó claro durante la pandemia de COVID-19 es que las enfermedades no discriminan; quizás es necesario dejar de insistir en separar al “yo” del “otro” y considerar que “nosotros son otros”.
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