El término mito hace referencia a una narración de tintes fantásticos y mágicos mediante la cual se intenta explicar el origen del mundo y de la que se deriva el orden establecido dentro de una comunidad. De allí la importancia que han tenido a través del tiempo, pues justifican ciertos modos de vida, un régimen político o las diferencias entre miembros de una misma organización.
        Podría creerse que las sociedades contemporáneas se encuentran lejos del terreno mitológico y que dichos relatos son propios de aquellas civilizaciones pasadas que comprendían poco de los fenómenos naturales o de ciencias políticas. Pero justo porque la cultura es ese ámbito donde se establecen y ponen en juego nuestros saberes y representaciones del mundo —nuestra concepción de lo correcto, adecuado o verdadero—, ¿no será éste un buen lugar para encontrar nuestros mitos? 
        Al otorgar valores y significados a lo que nos rodea, la cultura justifica ciertas prácticas o formas de vida; se convierte en la expresión de un orden establecido: un sistema en riesgo de ser considerado “natural” o “divino”. Podríamos llegar a olvidar que los valores, saberes y concepciones de nuestro tiempo responden a un momento histórico y económico, y que, por tanto, están lejos de ser la verdad absoluta.
        En este sentido, entiendo a los movimientos de contracultura como aquéllos que son sensibles ante los significados, signos y elementos simbólicos de una sociedad. Para mí, son aquellas prácticas o manifestaciones que se atreven a sacar dichos valores o sistemas de representación de la “naturalidad” y los llevan fuera de un contexto cómodo; los ridiculizan, los invierten, los exhiben  para señalar su carácter mítico. Para mostrar que nuestra concepción del mundo es frágil, inestable y cambiante. 
        La contracultura tiene valor en tanto que tambalea el sistema. Su eficacia radica en la incomodidad que produce; en el hecho de que no tiene que declararse vacía, sino que hace de la ideología un espectáculo. 

Imagen de BATARA KALA
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Estudié filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras en Ciudad Universitaria; allí fue donde descubrí lo magnífico que es compartir historias.

3 COMMENTS

  1. Concuerdo contigo, indudablemente el bagaje epistemológico está fundado en mitos. Al leer tu escrito, me he puesto a reflexionar: ¿será que la contracultura, al derribar viejos mitos, contribuye a crear nuevos?
    ¿En dónde se encuentra la línea divisoria entre “la verdad develada”, y el mito?
    Saludos.

    • Muchas gracias por su lectura. Yo creo que los movimientos contraculturales tienen una gran fuerza subversiva pero que no están exentos de ser tomados para los más diversos fines. Cuando los movimientos de contracultura comienzan a establecerse ellos mismos como norma, cuando asumen significantes y significados como parte de un nuevo sistema que avala su propia práctica, es cuando más cuidadosos deben ser porque, de lo contrario, podríamos estar presenciando el surgimiento de lo contracultural como mito. Como ejemplo quizás cabe resaltar la vestimenta: los pantalones rotos o usar tenis con traje era un acto contracultural, una práctica incómoda. Ahora son signo de rebeldía, juventud o “evento casual”. Como signo, esa vestimenta es ya parte de nuestra cultura.
      Esta idea, al igual que mi breve texto, tiene mucho que agradecer al análisis del filósofo Roland Barthes; quien a través de la crítica a la cultura de masas logra descifrar gran parte de la ideología vigente. Muchas gracias.

  2. Es una manera clara de ver y analizar, lo que incluso hoy pasa con las masas, una alienación casi inconsciente de manipulación, tratando de dar empuje a movimientos sociales, creyendo que con su discurso enmascaran y justifican sus actos de vandalismos y robo.

    Felicitaciones.

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