La noche se tiñó de sangre
al saber que necesitaba un lugar habitable;
le dimos sentido a la vida
cuando nos hicimos conscientes
de una verdad que no pudimos transformar.
Nuestras almas se mancharon
de una genealogía
que se siente en la carne,
que vive en las voces
que gritan libertad.
La mañana siguiente: no hubo coloración,
no hubo flores, no hubo arcoíris.
Lloramos a los caídos,
abrazando su dolor y su sentir.
No es un mal
tenerle miedo a la muerte,
no nos debe angustiar
y perturbar su llegada,
porque cada momento de la vida
debe entregarse con pasión;
porque cada momento de la vida
es un instante diferente;
porque cada instante
es una posibilidad de apertura;
porque cada apertura
es una posibilidad de morir.