Dime con quién te juntas y te diré quién eres

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Ese día fui al zoológico con mi familia, ya que ingenuamente pretendíamos arreglar en un domingo los problemas de toda una vida. Al llegar, era claro que ya no estábamos ahogados en un mar de cemento, metal y plástico: los pájaros cantaban agradecidos por la ausencia de cables de alta tensión, el sol brillaba con ferviente incandescencia, del viento emanaban olores peculiarmente salvajes y las personas se organizaban en hileras para ingresar a la penitenciaría interespecie.

La atracción del mes era Bandido, uno de los pocos tigres de bengala a los que les hemos permitido continuar viviendo. Era un espécimen maravilloso de casi tres metros de longitud y doscientos kilos de peso, y todos querían una foto de él para sus Instagrams. Fue entonces que un joven de aproximadamente veinte años, una de aquellas personalidades que irracionalmente codician la fama,  entró en su hábitat con un selfie stick para aventajar al resto de personas y probar por unos días el ser objeto de idolatría. 

En un inicio Bandido no le prestó atención, pero cuando el joven se acercó lo suficiente como para tomar la foto, le desgarró la espalda de un zarpazo. Jamás olvidaré los gritos de dolor del pobre idiota, incluso hay noches en las que regresan en forma de pesadillas. La actitud de Bandido era clara: no quería devorarlo, simplemente protegía su hogar. Con una mordida le destrozó el hueso de la pierna, inmovilizándolo, con un rasguño le dejó la cara irreconocible y con un rugido dio por terminado el juego. Fueron alrededor de dos o tres minutos los que el chico se retorció en agonía, y después falleció desangrado. El personal llegó mucho después, cuando ya solo quedaba recibir una demanda injustificada.

Mis problemas familiares no se resolvieron, pero ese día regresamos a casa bendecidos por estar vivos, amándonos más que el día anterior y habiendo visto a la Muerte a los ojos. El conocimiento popular dice que transita por este mundo con una túnica negra y una guadaña, pero yo sé que tiene pelaje rayado, la musculatura de un titán y una mirada fulminante y perspicaz. Temo el día en que venga a liberarme del sufrimiento terrenal, pero ahora entiendo que en su infinita sabiduría conoce el tiempo exacto en el que debe de actuar, evitando catástrofes mundiales y derrumbando civilizaciones caducas.

Desde aquel día, venero y le concedo mis más altos respetos a La Patrona, que es quien más chambea y a quien menos tenemos en cuenta. Quién sabe, igual y la adoración en esta vida me permite agradarle lo suficiente como para que me agregue a la nómina en la que sigue. Dicen por ahí que al éxito y a la fortuna les interesa más a quiénes conoces que quién eres.

Foto de Adam Birkett en Unsplash, Foto de Blake Meyer en Unsplash