En cuclillas, con la mirada hacia abajo y como si se me hubiera perdido algo en el suelo; así es como me veo mientras busco por la calle aquello que crece entre las grietas que rayan el concreto o en las orillas del pavimento donde se acumula el polvo que los autos dejan al pasar: las flores de las banquetas.
Veo tanto misterio en sus vidas que no puedo evitar hacerles preguntas para reducir mi curiosidad: ¿cómo puedes sobrevivir entre pisadas, atropellos y la ridícula falta de tierra? ¿Cómo llegaste aquí? ¿Te trajo el viento o algún pájaro? ¿Cómo te reproduces? ¿Te poliniza el viento o alguna abeja?
Irónicamente, la duda que más tiempo me ha consumido es la más básica, ¿quién eres? Afortunadamente ahora conozco algunas de ellas, como Ruellia nudiflora, una hierba que pinta el suelo de los peatones con sus racimos entre el morado y el lila. Otras flores, como Commelina erecta, se levantan entre las banquetas por las mañanas con estandartes de azul puro y, a veces, opaco. Priva lappulacea es otra hierba con flores violetas y pequeños frutos pubescentes que se adhieren a la ropa y forman adornos de color verde vivo.
Indeseadas, molestas o sucias son los únicos pensamientos que solemos tener sobre estas plantas. A pesar de que compartimos el mismo espacio, son tan invisibles como desconocidas. Tal vez la velocidad de nuestras vidas hace fácil ignorar su auténtica belleza, y es que, a pesar de haberles negado un espacio para vivir, crecen siempre sin nuestro consentimiento en formas que son dignas de admirar.
Solo es necesario poner un poco de atención para descubrir estas selvas miniaturas; ponernos en cuclillas, a la digna altura de las flores de la calle.
Foto de Karim MANJRA en Unsplash