La descolonización de estatuas y monumentos

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En el mundo occidental ha surgido una tendencia contra las estatuas de conquistadores —o aquellos calificados de racistas y/o machistas—. Multitudes en Europa y Norteamérica pugnan por desaparecer iconos asociados a valores negativos. Las estatuas son objeto de maltrato, destrucción o desaparición. Un ejemplo ocurrido en 2020, en nuestro país, fue el retiro de la efigie de Colón en avenida Reforma por parte del gobierno capitalino, en medio de un clima de reclamo civil. 

El pasado es un territorio fértil para la política, por consiguiente el historiador debe esgrimir con cuidado su pluma. Cada oración usada es su propia interpretación, por lo que la responsabilidad de cómo se cuenta el pasado de los hombres está en sus manos. La línea es delgada y complicada. Por un lado, no puede analizar el pasado desde los valores del presente, así como tampoco debe juzgar a los hijos por los pecados de los padres. Pero, en el otro extremo, no puede caer en el maniqueísmo histórico y simplificar el devenir en una lucha entre bandos, ni negar el papel de la historia como maestra de vida. 

No importa el pasado en sí mismo, sino cómo se cuenta.

En efecto, el historiador no moraliza la historia, pero tampoco permanece indiferente: humildemente sólo ofrece interpretaciones abiertas a discusión.

El gran error de los teóricos está en la apropiación de la disciplina como ciencia social. La historia no es sólo de los historiadores, es inherente a todos los grupos humanos y tiene la magnánima cualidad de ofrecer sentido a la identidad social. Por lo tanto, está abierta a la resignificación y reivindicación. 

El patrimonio, representado en estatuas y monumentos, está relacionado intrínsecamente con la identidad social, esta última siempre en constante lucha entre la permanencia y el cambio.

Finalmente, sólo soy un simple estudiante que observa las resignificaciones del discurso histórico imperante.

EneasMx, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons