La ciudad del sexo eterno

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La Atlántida no se hundió, decidió sumergirse por cuenta propia. Y no se llamaba así, sino Sexotopía. Era una bella metrópoli en medio del océano que, hace más de quinientos años, cuando los europeos comenzaron a navegar nuevos mares, se ocultó. Temía que descubrieran el secreto de su felicidad y, como estaba tan avanzada tanto en tecnología como en pensamiento, se lo llevó a las profundidades del océano. ¿El secreto? el sexo a todas horas.
          En Sexotopía se camina desnudo, la mayoría de la gente está sana, gracias a la actividad física del sexo que es casi tan equivalente como la alimentación. No hay tabúes de ningún tipo, ni cánones estéticos, y la libertad y la responsabilidad coexisten perfectamente. La poligamia no es mal vista, sino alentada, pero la monogamia es respetada y protegida por las leyes. Porque los sexotopianos han creado las mejores leyes, las cuales protegen el sexo con todo lo que le rodea: salud física, educación sexual, responsabilidad afectiva, consenso y respeto.
          Bajo una inmensa bóveda de cristal por la que se cuelan los rayos del sol, cuando no los interrumpe el paso de un cachalote o una mantarraya, se levanta la bellísima ciudadela repleta de sitios para tener sexo. Sus calles son amplias y sobre las banquetas hay sofás y camas bien dispuestas; en los parques, en vez de bancas de hierro, hay cómodos divanes al pie de los árboles; también hay zonas donde se permite coger sobre el césped, ya que los sexotopianos aman la naturaleza casi tanto como el sexo, y por eso la ciudad está desbordada por bellos jardines. 
          Quizá el debate más interesante en todas las mesa-camas de todos los sexocafés de la ciudad es el que gira en torno a si el sexo es principalmente amor o principalmente placer. Ambas posturas tienen igual número de defensores, pero en general los sexotopianos creen que el sexo tiene algo de ambas y no se clavan con una u otra posición (Del tema, porque de todo lo demás… bueno, ustedes entienden).
          Sexotopía ha mandado emisarios encubiertos a la superficie, para…

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Miguel Lara, 28 años. Politólogo y profesor adjunto en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Intereses principales: Historia, Literatura, y Ciencias Sociales; me gusta el café, las conversaciones largas y agradables e intentar escribir.

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