¡Por fin pude hacer llover con mi música, me vi tocando en el Postectli! Así grité cuando desperté, pero al abrir bien el ojo, vi mi cuerpo y me di cuenta que era solamente un sueño. Entonces, mis ventanas al mundo se humedecieron un poco y de ellos brotaron tres gotitas, las únicas que había sentido en varios días.
Yo, María Cuaxilotl Bartolo voy y vengo a otros mundos. Dicen algunos que me la vivo soñando, creo que más bien tengo el poder de ir y venir. Tengo treinta y siete soles andados y ninguna semilla. Sí, ningún chamaco, porque con eso pagué mis dones. Los Antigues me dieron el don de la música y de hacer llover. La música la aprendí cuando era niña, mi abuelo me enseñó el violín, por él sé que es importante que yo aprendiera la música de nosotros, aunque nunca me pude curar para ser tlatzontzonkeh1, sí me sé los xochisones2 completitos. Lo malo es que no los puedo tocar frente a los demás, me lo niegan, eso me pone triste. Lo que sí puedo hacer bien es venir la lluvia. Con mi palabra y mi música —aunque sea nada más desde mi casa–, le hablo para que venga a ver lo que le damos, le pido que venga cuando la necesitamos.
Ayer me llevaron al cerro a que pidiera agua, creo que por eso sigo soñando tanto. Allá arriba le dije a Apanchaneh que en verdad la necesitamos porque ya van varios meses que no viene a estar con nosotros y no nos manda agüita. Ella me respondió que era nuestra lección. Le seguí rogando. Le dije: ya compadécete de nosotros, nos vamos a morir, ni agua del tubo tenemos. Le abrimos y ni una gota. Casi ni para bañarnos, solo para beber y comer.
Ella me respondió que si quería que hiciera llover que le diera música para que viniera con nosotros. Entonces pedí un violín y toqué, pero Hilario y Juan no quisieron seguirme y ella se enmuinó más. Ni así me quisieron acompañar. Seguí rogándole y entonces comenzó a ventear. Cuando eso pasó, los músicos empezaron a sonar sus instrumentos y me siguieron.
Al poco rato de eso, se puso la nubería, pero no, no llovió. Se vino el bochorno. Pedro me arrebató el violín y terminó el son. Todos los demás se rieron de mí. Ya cuando bajamos y llegamos con mi comadre Luta, que se arranca el aguacero. El agua se traspasaba la tierra como si nunca hubiera sabido que era la lluvia. Todas corrimos a bañarnos. Unos, a poner sus botes para atrapar agua. Otros, a abrir la boca para tomar agua hasta sentirse panzones. Así, solo así, nos volvió el agua…
2. Música de flor
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