Gato

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Cuando él llegó, yo estaba saliendo de mi casa para ir al trabajo.
       — ¡No voy a llegar, siempre salgo tarde!
Y a lo lejos lo vi, un hermoso y rechoncho gato negro, era como si la vida me lo hubiera puesto en frente; siempre quise uno.
       — Hola, precioso. 
Se dejó acariciar de inmediato, parecía que él me buscaba a mí.
       — Tienes una herida muy fea en la espalda ¿Te quemaste o te quemaron? Si no me apuro, no voy a llegar a tiempo. 
Llamé a mi hermana para que saliera por él porque nomás no dejaba de seguirme.
       — No, gato, no te puedo llevar conmigo. Te veo en la noche ¿Sí?
Me despedí de él y seguí mi camino.

Mi mamá nunca ha sido una persona de gatos, pero él era tan lindo y tranquilo que logramos convencerla para que se quedara con nosotras. No quisimos darle un nombre, ya que solía pasear de casa en casa con los vecinos y, si algún día se iba, no queríamos que nos doliera.

Gato se volvió parte de la familia. Poco a poco supimos de sus otros nombres y sus otras casas: Tizón, Barón y Licenciado ¡Ah! Porque también iba a una escuela cerca de mi casa, así lo conocían. Entre todos lo cuidamos y logramos curar su herida. Incluso nos comunicamos con los chicos de la escuela para saber si estaba bien los días que iba a estudiar.

Pasó el tiempo y una noche Gato no volvió. Lo llamamos en voz alta todos los días, le preguntamos a los vecinos por la última vez que lo habían visto y nadie sabía nada de él. Creo que llamarlo Gato no impidió que nos doliera su partida.

Me gusta pensar que la calle lo llamó y, como buen gato callejero, emprendió un nuevo viaje a buscar otros hogares. O que algún universitario se enamoró de él y decidió llevarlo a casa. Sea como sea, al recordar la primera vez que nos vimos, me queda claro que él me buscaba a mí, quizás como parte de una nueva aventura.

Foto de David Bartus: https://www.pexels.com/es-es/foto/gato-negro-caminando-por-la-carretera-1510543/