Otoños azules y amarillos. Los has visto todos
nacer de la tierra que pisan,
predilectas mentes que callan y desglosan
pasados vivientes en la cara de presentes abuhados.
Ojos castaños se miran, inéditos.
Admiran a los que serán los próximos lazos de oro
¡a las viejas ramas secas de felicidad conlloro!
que siempre mirarán la realidad con buratos.
Buratos frágiles (aclaman las paredes): será que reflejan
memorias que sufrieron el goce de la inocencia.
Un adiós a los ayeres faltos de consciencia,
cambiar de color no es la manera
ya en que las flores cortejan.
Atentamente miren lo que las flores bosquejan,
llaman y tocan a las manos invisibles
de aquellas, las acogidas razones amigables,
nuevas palpitaciones que por el látigo de ausencia quejan.
Invierno rosa y azul. Placeres concluidos que flotan,
amapolas de miel suelta aquella mano que recibes
derretidas en tu vientre la dulzura que concibes,
tus sueños graduados por las ventanas de cristal afloran.
La fascinación mortal de lo que no es amado
se imita con huellas trazando reflejos
de las llagas que asimilan lo impar a lo lejos,
darle vida anhelas a su boceto afofado.
Tres. Pañuelo de días, saco de rojas espinas.
Aquello nuestro se mira profundo
vivido todo se recordará en aquel, tu mundo;
por el verano concluido en tragedias o en conquistas todo darás.