El padre, los hijos y el espíritu del machismo

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Lenguas que no se hicieron para hablar hoy reclaman roncas al cuerpo como propio. Pechos al descubierto que brincan, pero no en las camas de los hombres, sino en las calles. Vientres que maldicen a los frutos indeseados dentro de ellos. Vulvas expuestas en las paredes, que no producen placer masculino alguno. Nacidas de las costillas de Adán, han hecho enojar a los terrenales y al santo que las ha creado.
       Esta muestra de apoderamiento de un ente que les fue prestado para servir a los hijos de Dios deslegitima su creación. ¿Cómo se atreven aquellas a funcionar independientemente de su creador y sus amos? ¿Cómo osan utilizar el cuerpo que controlan para no obedecer órdenes y resistir a doblegarse desde su pequeñez y fragilidad ante los grandes y fuertes? ¿Cómo pueden pensar en libertad desde la jaula corporal divinamente ideada?
       La Sexista Trinidad –conformada por Dios, los hombres que oprimen y el sistema patriarcal– ha dispuesto que el cuerpo de cualquier mujer que transite por el mundo terrenal deberá ser violentado. Han nombrado a la tiranía de lo masculino sobre lo femenino como un undécimo mandamiento. Las han culpado y marginado por no saber desarrollarse en un mundo que no fue construido ni por ni para ellas. Les han prometido hipócritamente seguridad y conformidad, a cambio de ser domesticadas y conferidas al espacio privado.
       Las mujeres han respondido, se han organizado y han pecado. Desafiando la autoridad celestial y su destino divino de subordinación, buscan reconquistar su cuerpo y sus espacios. Han descubierto, en los moretones de la violencia machista, vestigios de resistencia histórica y la llama de su ira para la búsqueda de justicia. Le han devuelto su costilla a Adán, y ahora se reclaman como hijas de Eva. Profanas y pecadoras, las mujeres están luchando, defendiendo y resistiendo para encontrar su voz e historia en el mundo de hombres creado por Dios.

Foto de Josh Eckstein en Unsplash