“Con mesura”

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Ay, qué niñerías las suyas. De andar risa y risa por todo y por nada. 

Mamá se desesperaba en cada ataque de carcajadas de sus hijas. ¿Quién mandaba a la más grande a hacer reír a la hija más pequeña? Pero lo peor de todo era que siempre ocurría a altas horas de la noche. 

Seguramente los vecinos alcanzaban a escuchar la risa de la hija menor. ¿Qué dirán de ustedes, niñas? Si ya son las diez y ustedes riéndose de simpleces. Ya estás grande, hija, compórtate. Y tú, deja de hacer reír a tu hermana. Ríanse con mesura, niñas, con mesura. 

Las mejillas de las tres se pusieron coloradas. Dos por el cómico concierto que seguía en proceso, y la otra por coraje entre regaños. Pero mami, no podemos. Ya les dolía la panza y la risa no cedía. ¿Se podrá morir de tanta risa? Ay, qué miedo, mejor no pienses en eso, niña.

Con mesura, ríanse con mesura, hijas. No se ven bien unas señoritas riéndose tan fuerte. Mamá era muy correcta, de buen porte y educada, ¿por qué no esperar que sus hijas fuesen iguales a ella en ese sentido? Así que era imperativo para las niñas calmarse, debían forzarse a ello, pues cuando mamá decía “con mesura” era señal de que los regaños serios estaban cerca para amargar las ricas galletas que estaban merendando.

Así que cerraron los ojos y se taparon los oídos. Era lo que hacían para evitar el regaño de mamá. El silencio imperó de nuevo ahogando el chiste dentro de las niñas. Quietud de nuevo, gracias a Dios. 

Lo imposible se volvió inexplicable tras un fuerte suspiro de las dos pequeñas; unas risitas cortaron como navajas la fina capa del silencio. No eran de ninguna de las niñas, eran de nadie más que de mamá, quien intentaba reprimir la risa, cosa que fue inútil, pues crecieron hasta ser carcajadas de esas que hacen eco. 

Sobra decir que la confusión era palpable para las niñas, pero eso no detuvo a la más pequeña de sus hijas de decir: “riete con mesura, mami, con mesura”. 

Y eso hicieron las tres, reír. Pero sin mesura.

Foto de Callum Shaw en Unsplash

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