Cede

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Dejaste, al irte, muchísimos cabos sueltos. Dejaste gente que mentía, hacía estupideces a tus espaldas, hablaba mal de ti o fingía, sencillamente, pensar cosas que no pensaba.
    Dejaste, por otro lado, personas caminando a ciegas: tipos torpes, imbéciles que, aunque hagan un esfuerzo en serio, siguen chocando una y otra vez contra paredes. Dejaste lágrimas que surcaron mejillas, bocas que expulsaron gemidos. Tu madre, consternada, envejecida, cada vez se queda con menos propósitos en su vida, porque se quedó sin ti. Pero dejaste semillas, retoños, proyectos ambiciosos que se encuentran en pausa o que avanzan muy lentamente. Llegó la bebé Paula y ayuda a Carmen a superar su depresión.
    Dejaste una biblioteca repleta de libros subrayados y una casa cálida, rebosante de consuelo para días grises, y hay también notas, apuntes, fotografías, recuerdos. Plasmaste tus huellas en cada adobe, piedra, viga y teja que la componen.
     Tu mirada penetrante, que trasciende papel, pantallas o tintas, se la dejaste, ahora fraccionada, a tus hijos (en particular, debes saber que Ricardo está orgulloso de tener la mayor parte). 
     Dejaste, al dejarnos, una maraña de objetos, sentimientos y responsabilidades. No nos diste instrucciones sobre qué hacer con todo ello, no era tu estilo y, aunque lo hubiese sido, todo fue tan inesperado que no nos dio tiempo para nada. Pero sí hubo (y sigue habiendo) ganas, pasión y anhelo. Sigue estando la idea de que podemos cambiar en lo cotidiano, lejos de cambiar el mundo. Sigue estando el deseo, tu deseo, de convertir el zurrón que vayamos dejando en algo más, de dejar que florezcan las semillas.
     Cediste, mamá, y dejaste dolor en todas partes. En momentos como éste continúo preguntándome qué sería de nosotros si no cediéramos, por nuestra parte, a tu recuerdo como a algo que nos lastima; de verdad, ¿qué sería si no nos hubieras dejado una capacidad increíblemente arraigada de trascender un dolor como éste: aplastante, ardiente, insoportable? Dime, ¿qué sería?

Imagen del autor.

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André López García es un muchacho dolido, sensible e ingenuo que intenta, día con día, madurar, ceder y aferrarse, en las medidas correctas. Nació hace diecinueve años y actualmente estudia Lengua y Literatura Hispánicas en la FES Acatlán.

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