Acostumbrarse a la artificialidad

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Estamos en otro país, muy al norte de nuestro origen. Tenemos un trabajo de salario mínimo, en una empresa que revende y revende lo que estos gringos ya no quieren, y cuando ya no sirve para nada lo que aquí vendemos, lo envían a nuestras queridísimas pacas. ¿Qué haríamos sin ellos que nos dan tan generosamente sus sobras? De otro modo, nunca podría comprar unos jeans Adriano Goldschmied, ni aunque fueran de saldo.

Estamos sentadas en el comedor más gris, las mesas grises, las paredes también, sólo saltan a la vista los coloridos posters que nos recuerdan qué hacer cuando no sepamos qué. Es la hora de comer, al fin. Mi amiga, del Salvador, saca un sándwich y un agua de coco en cajita. Yo saco un sándwich  y un plátano que también viajó, como nosotras, para estar en esta mesa.

—¿Te gusta esa agüita? No sabe a coco. 

—Una se acostumbra, después de tanto tiempo de no tener un coco real, ¿no crees?

—Sí, es cierto, me pasa con los english muffins. No es el desayuno que acostumbro, pero me sabe tan bien, siento que el tocino es superior, siento que es el mejor desayuno.

—Me las encontré en el súper el otro día y pensé darles una oportunidad. Ahora me gustan mucho, las tomo diario.

—Sí, te entiendo.

—Extraño nuestra comida, pero me gustan mucho las hamburguesas. Hay un lugar en el que te regalan cacahuates y te sirven las papas en un vaso. Es un gran lugar, sólo se llega en carro, pero podemos ir algún día. 

Seguimos platicando del encanto que puede producir en nosotras la gran combinación de pan, carne y queso. La vida que aquí vivimos es sencilla, no hay gran emoción. Desde que llegué, sueño con graneros, bodegas y plazas de una planta. Los cruces peatonales son lo mejor de una caminata por la calle. En esos momentos tengo dos certezas. Sé que nadie me atropellará y que me cruzaré con tal vez otros dos peatones, si tengo suerte. Me pregunto qué es lo que llenaba mis días cuando sabía que, entusiasmada o desganada, iba a poder caminar al tianguis, pedir un coco fresco para tomar y encontrar una falda de marca por menos de un dólar.

Foto de Julie Ricard en Unsplash