Soy un fan empedernido del fútbol y confieso que espero religiosamente cada cuatro años por la copa del mundo, por esta razón mis amigas cercanas me apodaron el Fifas. He oído de mi padre las historias de Maradona y Hugo Sánchez, en Sudáfrica 2010 pude ver con mis propios ojos el talento de Xavi e Iniesta dominar la media cancha con España, y francamente estoy ilusionado por ver a la Scaloneta con Messi y Di María en su último respiro. 

Sin embargo, este mundial también me ha desilusionado profundamente porque constituye una mancha indeleble. Diego Armando Maradona explicaba que la pelota debe permanecer limpia ante nuestros errores, pero este torneo particularmente va a pasar a la historia por la cantidad de inmundicia que ha sacado a relucir: la corrupción en la elección de la sede y los millones de dólares en sobornos para altos funcionarios de la FIFA, Qatar escudándose en su cultura para justificar graves atropellos a los derechos humanos y restricciones a las libertades individuales, las pésimas condiciones que viven los trabajadores inmigrantes en el desierto catarí y los miles de muertos que de ello se deriva1, entre otras situaciones que demuestran los excesos del capital en mi deporte más amado. 

El fútbol, mi pasión de multitudes, se ha convertido en un activo valioso, cuyo valor representa millones de dólares para las marcas; por ello, estamos dispuestos a dejar pasar los excesos en la organización de un evento tan lucrativo, al fin y al cabo el mundial debe realizarse sí o sí. No obstante, dejar pasar este tipo de situaciones habla mucho de nuestra sociedad: ¿qué son 6500 muertos y la corrupción de instituciones deportivas alrededor del mundo en comparación con los millones de dólares de una fiesta realizada cada cuatro años? 

“(…) pero la pelota no se mancha”. 
Creo que te hemos fallado, Diego…






1https://www.theguardian.com/global-development/2021/feb/23/revealed-migrant-worker-deaths-qatar fifa-world-cup-2022

Foto de Rhett Lewis en Unsplash
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Estudiante de la licenciatura de Historia en la UNAM, acapulqueño de corazón y foráneo de vocación, amante de la literatura y los atardeceres playeros. Becario 4ta generación de Corriente Alterna UNAM y amante de la leche con chocolate.