“Amigos, familia, todo dentro de la Revolución, fuera de la Revolución, nada” fueron las palabras pronunciadas por Fidel Castro en la Universidad de La Habana, en 1966, con la intención de que todo el círculo intelectual cubano supiera cuál sería la “línea editorial” a seguir si querían mantener su voz dentro del nuevo gobierno. De esa manera este hombre dictó lo que se convertiría en la cultura de la isla durante su administración: enaltecer la Revolución Cubana y sus logros. No es que tenga una animadversión hacia Castro en particular: la tengo hacia todo sistema autoritario que pretenda que su idea de cultura sea la única legítima y permitida.
La razón por la cual es necesaria la contracultura cuando hay una cultura oficial (como si eso realmente pudiera llegar a existir) es para responderle al régimen en turno con un contundente: ¡NO!, ¡TÚ NO ERES LA CULTURA! Se necesita alzar la voz, y una forma de llegar a las masas es mediante la expresión artística, la cual permite manifestar el malestar social e impulsar un cambio. Además de esto, ¿qué no “contracultura” lleva en sí misma la palabra “cultura”? Al crear una corriente alterna a lo establecido se enriquece más el ambiente cultural de una sociedad, pues se exploran otras vías y temas.
Por eso es tan importante la contracultura: nos da una apertura hacia un futuro diferente y permite expresar nuestra opinión contestataria hacia un régimen o institución que censura a quienes considera que no representan parte de su sistema o ideología. A veces la contracultura puede ser mejor que la misma cultura, cuando ésta está supeditada a gobiernos totalitarios que le hacen perder el contenido tanto intelectual como artístico cuando le ponen el título de “cultura oficial”. Al final del día, ir contra la corriente no quiere decir salirse de la corriente, sino ver una posibilidad de navegarla desde otra perspectiva.
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