La mejor palabra para describir al estado de Washington sería “improbable”. Improbable que llegara hasta allá y cruzara un país y luego casi otro por completo siguiendo la ruta de la fruta. Yo me sentía como Odiseo intentando volver a Ítaca, sólo que el norte del gabacho era la mitad del camino, luego faltaría bajar. Trabajábamos desde las once de la noche hasta las nueve de la mañana. La blueberry se cosecha de madrugada; con las temperaturas altas la fruta se revienta en los dedos.
Me gustaban los trayectos de casi hora y media para llegar al fil1, manejaba por caminos rurales donde no podía ir a más de cincuenta y cinco millas. Mi hermano iba en el asiento de junto, traía siempre unos audífonos, y yo alcanzaba a escuchar la música de banda que salía de estos. Un pseudo intelectual al que le gritaban en el trabajo: “¡Se nota que entraste con visa!” nos dijo una vez a la hora del lonche, —hay algo más interesante en las canciones de Calibre 50 que en todos los documentales sobre migración—. Sabrá Dios si tenía razón.
Llegamos un poco tarde. La gente estaba afuera de los surcos, un poco menos de mil personas formadas con cajas para la fruta orgánica y pequeñas lámparas en la cabeza. Los mayordomos intentaban calmar a la gente. El trabajo duraría un par de días, el resto de los bloques serían cosechados por máquinas que sacudían con fuerza las plantas, lastimando la fruta más madura, sólo esa nos dejarían piscar.
La gente entró a los surcos y comenzó a trabajar; salían corriendo a pesar las cajas llenas de fruta y volvían con otras vacías. Lo que alguna vez fue un campo lleno de bocinas a todo volumen, gritos, risas y una que otra mentada de madre, ahora estaba exclusivamente sonorizado por los motores de las máquinas que apresuraban la labor de la gente casi como una cuenta regresiva.
“Las máquinas son el futuro”, dijo el ranchero a uno de los mayordomos. Desgraciadamente, el futuro es a donde llegamos y no a donde queríamos ir.
- fil quiere decir “field” ↩︎