Una pequeña reflexión budista

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Solía practicar el yoga naturista.

Todo empezó con un reto de internet, el No Nut November. La premisa es simple: no masturbarse durante todo un mes. La experiencia fue maravillosa. Sentía más energía y ganas de comerme al mundo. No obstante, el primero de diciembre, me masturbé. A pesar de que fue el segundo mejor orgasmo de mi vida, también me regresó a aquella vieja adicción y, pronto, me di cuenta de algo: me sentía cansado, triste y molesto. Fue por esas fechas cuando conocí al coach.

Él me explicó que mi semen era, en realidad, un trozo de alma que se iba al eyacular. Así, me enseñó a controlar la libido y me prometió liberarme de las ataduras del Samsara.

Aquel día fue como todos los demás. Llegué al bosque, preparé el tatami, me desnudé y me acosté. Estaba boca arriba, sintiendo con una mano el piso lleno de hojas otoñales. Levanté el torso, hasta que este hizo un ángulo de 90º con relación a mi cabeza. Mis pies apuntaban al cenit y después, otra vez al piso. Todo mi cuerpo era un triángulo escaleno. A esta posición se le conoce como Halasana.

Ese día casi llego al Nirvana. Uno de los efectos secundarios, me explicó el coach, es el crecimiento exponencial de los testículos. No mentía. Frente a mi nariz colgaba un enorme escroto hinchado, y mi respiración comenzó a hacerle cosquillas. Como estaba en trance, no reparé en la creciente excitación que sentía. No reparé en cómo mi pene comenzaba a crecer. Mi glande trazó un camino de mi barbilla a mi boca y, como un ladrón, entró. La respiración acompasada hacía que mi pene entrara y saliera de mi boca. Abrí los ojos y, después, todo fue blanco.

Mi alma salió propulsada de mi pene a mi garganta, y de ahí nuevamente al pene, y de ahí a la garganta… Así ha seguido este ciclo sin fin durante milenios, con mi alma transitando eternamente un cuerpo que ya no es mío. Quise escapar del ciclo de las reencarnaciones, pero en vez de eso me convertí en un inmortal. Me he vuelto el Uróboros Supremo.

Foto de Deniz Altindas on Unsplash