Uno de los libros que más ha llamado mi atención es el Manual, el cual consiste en una serie de principios para alcanzar la tranquilidad y llevar una vida buena. Esta obra recoge las enseñanzas de Epicteto, un liberto1 y filósofo estoico que vivió en el Imperio romano.

En este libro existen incluso reflexiones sobre el control de la risa, el silencio, las murmuraciones y la muerte. Vigilar cada aspecto de nuestra vida puede parecernos hoy exagerado o una tarea imposible, pero creo que rescatar la esencia de esta ética puede ser realmente útil, pues las prácticas de Epicteto estaban encaminadas al gobierno de uno mismo y justo esto hizo temblar al Imperio. 

La violencia y la arbitrariedad con las que actúan tiranos y emperadores producen efectos inimaginables y crean seres temerosos, capaces de obedecer sin cuestionar, de repetir las relaciones de dominio, corromper y traicionar. Pero ¿qué pasaría si fuéramos capaces de liberarnos del temor y del juego despótico del poder? ¿Qué tal si comenzamos por reconocer que la manera en que nuestro entorno nos afecta depende de nosotros? Ése sería el verdadero ejercicio de la libertad, un derecho que no podemos arrebatar a nadie y que nadie nos puede quitar. 

Para Epicteto, frente a las afecciones que el poder produce existirá siempre la posibilidad de deliberar sobre nuestras acciones y sus fines, sobre nuestra voluntad y nuestras representaciones mentales, de tal manera que de ello surgirá un modo de vida capaz tanto de combatir el dominio externo como de conducir a la autonomía.

Pienso en los imperios que nos atraviesan hoy y en todas las técnicas que despliegan para producir sus efectos, para controlar, reproducir y aniquilar la vida según lo que les convenga, y creo que no estaría mal, al menos como experimento, escribir el manual de los tiempos contemporáneos y descifrar así las prácticas sobre las que descansaría hoy una ética de la resistencia.   

 1. Liberto: esclavo que ha sido liberado por su amo.

Foto de Dimitar Belchev en Unsplash

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Estudié filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras en Ciudad Universitaria; allí fue donde descubrí lo magnífico que es compartir historias.