Al acabar la jornada laboral, los trabajadores se sentaron a comer. En la mesa fueron colocando los platos, y al más viejo de los obreros, don Abundio, fue al último que le sirvieron la comida. Le dieron un plato de sopa de letras que contenía el cuento más hermoso y breve del mundo, pero él, que no sabía leer, simplemente la comió.
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